Pila Gonzalez Blog

El Momento Random

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Al llegar la noche

Existe un lugar en el mundo en donde, al llegar la Noche, los sentimientos persistentes de tristeza, ansiedad y vacío se apoderan del hombre. Solo al llegar la Noche. La desesperanza, el pesimismo, la impotencia y la inquietud no nos permiten descansar como deberíamos, después de un largo día agotador y sumiso. En ese espacio, al llegar la Noche, nos invade una pérdida de interés de las actividades o pasatiempos que antes disfrutábamos. La fatiga y la falta de energía hacen que se desee dormir con tantas ansias, pero el insomnio, les presenta cara en las puertas mismas del sueño o pesadillas recurrentes. Pero solo al llegar la Noche. En esa hora, en la que el silencio oculto detrás de cualquier rincón espera al asecho, y una vez que sale al encuentro de las almas perdidas, genera las condiciones necesarias para aplacar los miedos y entregarnos por completo al descanso. O no. En aquel territorio somos esclavos de la Noche. Sus frías y estrechas estructuras no nos dejan ser como quisiéramos ser, o como hubiéramos querido ser. La muy denodada aparece vestida con los mejores disfraces que encuentra en su armario. A veces se presenta como Nostalgia, llevándonos por caminos de necesidad de anhelo por el tiempo perdido. Por ese momento pasado que, sabemos en lo más profundo de nuestras entrañas, que no recuperaremos jamás. Cansados estamos de sufrir por el hecho de pensar en ese algo que, en otra etapa se ha tenido (o vivido), y ahora ya no se tiene (o no se vive). Está extinto para siempre, o lo que es peor para el espíritu masoquista del ser humano, es que ese algo ha cambiado, ha mutado de forma y aspecto y no tenemos (o tuvimos) el coraje de hacer nada para que suceda (o sucediera). Odiamos a la Nostalgia, pero a la vez la deseamos. Sentimientos contradictorios si los hay. Y la Noche lo entiende de esta manera. ¿Cómo lo va a entender, sino? Saca a relucir sus mejores vestidos nostálgicos. Sale (o viene) a representar su mejor papel melancólico en esta obra que se ha dado en llamar Vida. Y nosotros, que somos sus víctimas preferidas, que solo pensamos que somos simples mortales condenados a la sombra, y que encima, le tenemos terror a la lobreguez, aceptamos su actuación. La condenamos, pero a la vez, la aplaudimos de pie. No nos importa hacer el ridículo ante nosotros mismos (o ante ella, la Noche). Silbamos bajo a modo de prueba de que continuamos vivos. Con miedo, pero vivos. Nostálgicos, pero vivos. ¡Ay! Como nos conoce la Noche. ¡Vaya, si nos conoce! Y cómo nos conduce hasta su guarida. Su manto de oscuridad es la pócima perfecta que bebemos todos, al llegar la Noche, con sus jugos cargados de un veneno letal, que nos va comprimiendo de a poco. La Noche hace que este elixir sea ingerido por nosotros en dulces cucharadas nocturnas, en aquel distrito, en su distrito, para sentirnos nostálgicos, hasta que venga a por nosotros, para recorrer el último pasillo oscuro en este mundo. Juntos, a la par. Caemos siempre en sus trampas y no somos capaces de liberarnos de sus fauces. Ese sentimiento de creer que antes estábamos mejor que ahora, y que después, también estaremos mejor que ahora, son los efectos colaterales que tenemos que pagar por aceptar este exquisito narcótico. Pero como casi siempre, y digo “casi”, porque de siete noches que tiene la semana en esta zona, por lo menos en cinco (si no me quedo corto con la cuenta) la Noche repite vestuario. La Nostalgia. En las otras trata de superarse, de innovar (a veces improvisa) otros papeles también letárgicos y altaneramente peligrosos. A veces se disfraza de Culpa, al caer la Noche, no dejando que siquiera podamos cerrar los ojos en lo que dura su corta existencia horaria, por miedo al dolor y al sufrimiento eterno. En esas noches, en ese lugar, nos abraza con el sentimiento que ha dejado libre a la emoción negativa de experimentar la creencia de haber traspasado los límites personales de las normas éticas de convivencia con el resto de la sociedad. Aun cuando en la realidad (solo en nuestra realidad) hayamos hecho aquello por lo que nos culpamos o no, de la manera en que lo pensamos. Pero una vez que aloja la semilla de la duda y la culpabilidad en nuestro interior, es muy difícil que no llegue a germinar, porque nuestra mente es un campo muy fértil para estos cultivos, y es todavía más difícil, que una vez crecida esta especie, sus espinas de la intolerancia personal (es decir, para sí mismo), no nos vuelvan a pinchar una y otra vez a lo largo de los días (en especial, de las Noches) que nos resta por vivir. Llega un punto en que nos debemos preocupar de verdad al llegar la Noche. Ese momento es cuando otra vez, guiados por nuestros remordimientos, bebemos otro cóctel, mucho más corrosivo y traicionero que el anterior, ya que este contiene una medida de Nostalgia, una pizca de Orgullo Perdido, y unas terceras partes de Culpa. Mezclar la Culpa, la Nostalgia y el Orgullo es nocivo para la salud. Debería estar prescrito en todos los paquetes de Vida, ya que, cuando este líquido pasa por nuestra garganta y se instala en nuestro organismo, lo inconsciente pasa a ser consciente en un santiamén y no somos capaces de distinguir entre una cosa y otra. ¡No les digo que es muy peligrosa la noche en su territorio! Nos confunde de tal modo que la consciencia moral pasa a ser la dominadora, no solo de las Noches como propias, sino de todos los días (como propios), y la vergüenza que experimentamos para con la vida, traschoca con nuestros valores más arraigados que traemos de la infancia, y es en esos instantes que nos damos cuenta inconscientemente (es decir sin darnos cuenta de manera consciente), que estamos perdidos, porque la culpabilidad mórbida no nos deja adaptar nunca al medio. Es destructiva como la peor bomba jamás creada por el hombre, porque ésta actúa como implosión. Pero al atuendo que más respeto le tengo a la Noche, es al traje de la Soledad que se pone de vez en cuando, en los momentos que se encuentra aburrida de representar siempre los mismos papeles. Esta Soledad nocturna, con lentejuelas y encaje, permanente e imperante, por elección o por imposición. Es la madre de todas las Noches. Cuando aparece vestida de este modo, no nos deja otra alternativa que resignarnos a una enfermedad con muy mala prognosis si no sabemos distinguir lo bueno de lo malo de este ajuar. ¿Hay esperanzas? Claro, que las hay. ¿Podemos escapar a la Soledad? No, no podemos, pero podemos aceptarla tal y como es. Podemos convivir con ella, entendiendo que, aunque estaremos aislados del mundo sin comprender por qué, y el dolor sea tan intenso que deseáramos que salga el sol en el medio de la madrugada, seremos capaces, y tendremos el tiempo suficiente, que no tienen los condenados a muerte, para enfrentar a nuestros miedos más profundos, a aquellas Noches que vengan vestidas de Nostalgia, de Tristezas, de Angustias, de Culpas o de lo que quieran venir, como nunca antes los hemos enfrentados. Tendremos el valor necesario para decir que, aunque hemos tocado el fondo de la Noche, somos otra persona que ya no le teme a estar solo. Porque desde la Soledad consciente de las noches solitarias, ha salido la mejor versión del hombre. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Como lo de Martín

No lo hice por maldad. Lo hice por experimentar. Quise saber que se siente matar a una persona. Entonces sin más, le partí un sifón de soda a un tipo que iba caminando delante mío. Era de noche y la oscuridad me ayudó a escapar y perderme sin ser visto. No sabría bien cómo explicarlo, pero ese sentimiento me vino de golpe. Era fines de abril. Me quería hacer un Gancia con limón y me faltaba la soda. Por eso salí hasta lo del Jorge que me quedaba a la vuelta. Al sifón lo traía en mi mano derecha, la mano hábil, y venía jugueteando con él. Cuando doblé en la Carlos Gardel me encontré con que estaba todo oscuro. Se habían cortado las luces de la avenida o no sé qué. Yo seguí mi camino. Me lo conocía de memoria y no hacía falta luz para llegar a mi casa, si quedaba en la misma manzana. En eso me pasa un flaco caminando ligero por mi izquierda. Y nada. Eso. Agarré el sifón y se lo estrellé en el medio de la cabeza. Cayó seco el pobre. Como una bolsa de papas. Lo loco fue que el sifón no se hizo ni un rasguño y la cabeza del tipo se partió en dos. Literalmente. Yo continué como si nada. A los tres días me enteré de que falleció en el Hospital Municipal después de agonizar. Que se llamaba Martín Urrutia. Que tenía 29 años. Hijo de buena familia, decía La Campaña. Casado con Paola Gómez desde hacía seis años. Que la pobre viuda estaba esperando al tercero. Ya tenían a la menor, Carolina de dos y el mayor, Ignacio de cinco. Que trabajaba en el Banco Comafi y que vivía a tan sólo cuatro cuadras de mi propia casa. Nunca lo había visto en la vida. Lo juro. Es más, la primera vez que lo vi fue en el diario el día después del sifonazo. Y también me lo crucé un par de veces en una foto pegada a un cartel, en alguna de las marchas por justicia que se armaron esos días y los que siguieron. No sé qué decir. Sería su hora y justo se cruzó conmigo y mis ganas de experimentar con el sifón y la muerte. La verdad, tengo que reconocer que se sintió bien en su momento y mi vida continuó igual que antes. Sin sobresaltos. Seguí yendo a jugar al fútbol con los compañeros del turno todos los martes. Alguna que otra cerveza en el Colón, o picada en el Mami, solo o con amigos. Eventos en la fábrica. Salidas a Shot Bar. Fiesta en Vallerga. Algunos jueves a Suipacha. A verlo a Luquitas los sábados a la mañana en la canchita de Once Tigres. Pero un par de veces me agarraron esas ganas de seguir con este juego que empecé con Martín. Es algo como que me viene de adentro. Parecido a un orgasmo o a una sensación de éxtasis, de placer. No sabría muy bien cómo explicarlo. Raro. Pero hermoso. Sin ir más lejos, el otro día casi me sale tirar a una mujer abajo del colectivo local cuando pasaba. Me contuve, no sé cómo. Quizás porque era de día. Quizás por otra cosa. Ni idea. No soy de pensarla mucho. Me agarran ganas de hacer algo y voy. ¡Pum! Listo, lo hice. Lo que sigue. Pero esto me estaba como persiguiendo. Cada vez tenía más y más ganas de matar a otra persona. Así que lo corté por lo sano y me dije, “ Si lo vas a hacer devuelta, que sea memorioso”. Que tenga un significado o algo. En pocas palabras, que sea legendario y que todos en esta ciudad lo recuerden por siempre. Entonces me puse manos a la obra. Lo primero fue elegir a la víctima. Me estuve debatiendo entre el género. Al final ganó femenino porque un masculino ya tengo en mi cuenta. Bien. Mujer. ¿Edad? Primero se me pasó que sea una vieja, pero no tiene mucho sentido, así que me incliné por una pendeja. No más de quince años o que los esté por cumplir. Eso sería más interesante. Que los padres le estén preparando la fiestita. Daría que hablar para rato. Hasta los de Crónica y TN se vendrían. Saldría en el Clarín y, porque no, haría eco en los medios internacionales. A lo Manson. Cuando pensé en la edad se me vino otra cosa en la mente. ¿Con o sin violación? Y la verdad que el tema de violarla me tienta, pero soy muy cagón y hay muchas variables que pueden salir mal. Tengo que hacer contacto físico y puedo dejar alguna evidencia. La chica podría gritar y que escuche alguien y que me vean y que se yo. No. Tiene que ser sencillo. Sin complicaciones. Como lo de Martín. Entonces hice un repaso de lo que tenía definido. A saber: una mujer, menor de quince años, sin violación. Ahora me faltaba lo más lindo, el “Cómo” lo iba a hacer. En este punto entré en un debate que me llevó días. No me definía. Tenía muchas opciones y todas me gustaban. Pero al final fui descartando algunas por ser casi imposibles o complicadas de realizar y me volqué a la fácil. Simple y parecido a lo primero. ¿Para qué improvisar ahora?, me dije. Todo bien con eso de que sea legendario y toda la bola, pero pensé, primero le agarro el gustito y después invento. Para la creatividad tengo tiempo. Bate de béisbol atrás de la nuca y fin del asunto. Quizás sea bueno llevar una cámara de fotos y hacer algunas tomas antes de rajarme. Se verá. Mi preocupación era de donde iba a sacar un bate de béisbol. Es medio sospechoso ir a comprar uno días antes de un homicidio justamente con un bate. Entonces la hice más fácil todavía. Fui por los campos y encontré un buen tronco, de esos pesados y maleables, pero que seguro va a servir tan bien o mejor que el bate. Digo, porque ni huellas va a dejar. Con todo el plan listo, salí a buscar a mi víctima. ¿Así tendría que llamarla? ¿Elegida? Ni puta idea. Caminé un rato largo por el barrio y nada. Fui hasta la Diagonal. Me alejé hasta el Centro, pasé por el Normal y ahí se me prendió la lamparita. Tenía que ser sí o sí una pendeja con guardapolvos. No me pregunten porque, o sí. Me la imaginaba llena de sangre en ese uniforme blanco inmaculado que usan. Esto se transformó en obsesión. Empecé a vigilar la escuela. Anoté horarios de entrada y salida de todos. Porteros, maestros, alumnos, directivos. Cuando llegaba y se iba la Guardia Urbana. Medí distancias. Tomé tiempos. Chequeé donde estaban las cámaras de vigilancia de la ciudad. Controlé también que no haya alguna cámara cerca de algún negocio privado, pero, para mi suerte, tengo al Centro de Empleados y la Plaza España, uno de cada lado. Nada de comercios ni eso. Me fijé quienes iban solas y quienes las llevaban sus padres. Quienes iban en grupo. Me convertí en un experto de esto, me parece. Un gran detective podría haber sido. Un genio. Hasta que un día la vi. Sí. Era ella. Tenía que ser ella. Iba a ser ella. Pelo negro. Largo casi hasta la cintura. Lacio. Algunas pecas en la cara. Ojos grandes, no llegué a distinguir su color. Mochila verde. Parecía de esas nenas inteligentes. Las tragas que le llamábamos en mis tiempos. Llegaba todos los días temprano a eso de las siete y cinco de la mañana en una bicicleta de tipo playera. La ataba en un árbol de la plaza. Ese era mi momento. Ni un alma en la avenida. El placero todavía no empezaba su turno. Los porteros estarían tomando mates. Los maestros y los directivos, ni sus sombras. Los demás chicos todavía durmiendo o desayunando en sus casas. ¿A quién se le ocurría llegar media hora antes de empezar las clases? A ella. A mi elegida. Todo redondo. El plan sería aparecerme justo cuando estaba poniéndole el candado a la bicicleta y ¡zas! Garrotazo atrás de la nuca, hacerme el boludo y seguir caminando. Todavía no habría buena luz natural. Eso jugaba a mi favor. Lo mejor sería que hubiera alguna neblina, pero eso no lo podía controlar. Definí un día. El martes que viene, dije, porque era el día que menos personas andaban por la calle. No me pregunten tampoco porqué. Pura estadísticas que saqué de mis vigilancias.   Y el martes que viene es hoy. Son las seis de la mañana. Estoy muy ansioso. Casi que ni dormí anoche. Tampoco me dieron ganas de comer algo. En poco más de una hora voy a tener otro orgasmo, perdón, otra experiencia mortal. Hacia allí me dirijo. Quiero llegar temprano así tengo todo más controlado. Salgo de mi casa. Todavía está oscuro. Hace un poco de frío. No hay niebla. No me importa. Pasan pocos autos por la Avenida Suárez. Eso está bien. Me lo imaginaba. Ya estoy por llegar. Veo la Plaza y el trampolín del Centro de Empleados. Ya llegué. Estoy en mi posición. Donde quiero estar. Haciendo lo que quiero hacer. Me siento un afortunado. Me acerco al banco azul de la plaza que da a la calle José Ingenieros. Me estoy cagando de frío o serán los nervios, no sé. Me siento y me paro. Hago unos saltitos. El palo lo dejé atrás del árbol, cerca de donde ella va a atar la bicicleta. Será simple y rápido. Cuando llegue voy a ir caminando, tranquilo, seguro, como si nada. Agarro el palo. Y listo. Hago lo que vine a hacer. Después lo revoleo al medio de la plaza y sigo hasta el centro. Quizás vuelva a mi casa, quizás siga caminando un rato por la ciudad. Se verá en su momento. Me doy calor en las manos con mi aliento. Ahí la veo venir. Me paro, pero enseguida me siento otra vez. Parece como que estaría haciendo gimnasia. Primero quiero vigilar bien, una vez más, de que no haya nadie. No hay nadie. No pasan autos. No pasan personas. Nadie por José Ingenieros. Nadie en la plaza. Nadie en la Suárez. Nadie en la vereda de la escuela. Ningún auto en los semáforos. Todavía no está tan claro. Ella está yendo a atar la bicicleta y yo estoy yendo a buscar el palo. Veo su pelo negro. Lacio. Todavía mojado. Su mochila verde. Su guardapolvo blanco. Su juventud perdida. Yo ya tengo el palo en mis manos y ella ya se puso a atar la bicicleta playera al árbol. Está agachada. No me puede ver. Pero yo sí. Muy claro. Muy presente. Miro otra vez para todos lados. Levanto el palo. Tomo aire. Calculo el golpe. Cierro los ojos. Pienso que nunca averigüé su nombre... Sigo caminando. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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El gol que más fuerte grité

Para ponerlos en contexto, les digo que soy un apasionado del fútbol. Nací a finales del año 1983, empecé a consumir este deporte a mediados de los 90 y soy muy fanático del Club Atlético River Plate de Argentina. El glorioso River Plate. Ahora, ¿qué pensarían si les digo que el gol que más fuerte grité en mi vida no fue uno contra Boca Juniors, su clásico rival de toda la historia, ni alguno de las finales de Copa Libertadores, el torneo más importante de América, ni mucho menos uno de Messi, jugando con la Selección Argentina, contra Brasil? Piensen y piensen. En sus cabezas se les presentan muchos goles inolvidables. El de la vaselina del “Paragua” Rojas en la Bombonera, el de Crespo en la final de la Libertadores del 96, el de Funes Mori el día del “No fue córner”, el de Trezeguet por el ascenso a Primera, o los del “Oso” Pratto, “Juanfer” Quinteros o el del “Pity” Martinez en Madrid, también contra Boca, en la Final más importante de la historia mundial de este lindo deporte. Si. Hay muchos y más importantes que del que les voy a contar. Pero la circunstancia y el momento histórico en que se presentó este gol superan cualquier jerarquía. Era 28 de abril de 2002. El mundial de Corea-Japón estaba a la vuelta de la esquina y en la mente de todos los futboleros. No se hablaba de otra cosa en las calles y en la prensa. Todavía no había terminado el Torneo Clausura en Argentina. Faltaban pocas fechas. Mi querido River Plate peleaba el campeonato mano a mano contra Gimnasia de La Plata. Le llevaba cuatro puntos al equipo platense a falta de cuatro fechas para el final. Ese domingo Gimnasia se enfrentaba contra Argentinos Juniors en el Bosque y River hacía lo suyo contra Racing Club de Avellaneda en el mismísimo Monumental. El Lobo ganó su partido 3 a 0 y esperaba. El Antonio Vespucio Liberti vibraba. No cabía un alma en las tribunas ni en los sillones de las casas gallinas. En la mía estábamos mi hermano el Zurdo, Tambor, un amigo de la infancia y yo. Los tres sufriendo todo el partido porque River la pasaba mal. Racing le llegaba por todos los costados y Comizzo, el arquero de la Banda había salvado el arco en más de una ocasión. La tarde se estaba volviendo negra. El partido iba 0 a 0. Sabíamos en lo más profundo que no era nuestro día. A los jugadores no les salía una. Parecían dormidos dentro del campo de juego. Lo único que queríamos era que se terminara el partido en empate. No perder. Ese punto era más importante que nunca en ese momento. Cuando de pronto todo se fue de control. Faltaban un par de minutos para terminar y Rapponi, un jugador que pasó sin pena ni gloria por River, hace un foul infantil y peligrosísimo al borde del área. Los jugadores comienzan una gresca entre ellos y el árbitro, el “Sargento” Giménez, expulsa de la cancha a Ángel David Comizzo, nuestro portero. River no tenía más cambios. Ya había realizado los tres reglamentarios, así que se puso el buzo de arquero un joven Martín Demichellis, que estaba haciendo sus primeros partidos con la Banda. El encargado de patear el tiro libre era Gerardo Bedoya, un colombiano especialista en este rubro. Era gol seguro. Si acertaba al arco era gol cantado, lamentablemente. Solo tenía que patear como siempre. Ubicar la pelota entre los tres palos, ya que no había un arquero defendiéndolo, sino un jugador de campo. Giménez dio la orden de ejecutar y Bedoya empezó su carrera hacia el balón. Yo cerré los ojos. Mi hermano apretó con fuerzas los puños. Tambor se dio vuelta. Lo que pasó en los 15 segundos que siguieron fue muy confuso. Bedoya en lugar de patear, saltó la pelota, en una especie de jugada preparada. Apareció corriendo el “Chanchi” Estévez, un delantero picante que tenía Racing y tampoco pateó, sino que, con la suela, la pisó hacia atrás en un pase a Úbeda, el aguerrido defensor de la Academia, que ejecutó el balón con toda su potencia. Iba al arco. Terminaría en gol. Pero dio en la barrera y salió despedido hacia el cielo de Núñez. Sin embargo, todavía seguía en juego. Estaba arriba de la cabeza de Úbeda, que había quedado desconcertado por la situación después de patear y no vio venir al paraguayo Ricardo “Vaselina” Rojas, que le robó la pelota con un golpe de cabeza y empezó a correr por el lateral hacia adelante. Por el centro de la cancha apareció como un rayo Nelson “Pipino” Cuevas, otro paraguayo. Rojas lo vio y le mandó el balón dejando todo de sí. Y Cuevas empezó su carrera desde la mitad de cancha. Mano a mano contra Campagnuolo, el arquero de Racing. El relator gritaba “¡¡¡Hacelo Cuevas, por Dios hacelo!!!” La gente en la tribuna salió eyectada de sus asientos. Nosotros tres nos paramos y nos tomamos de los brazos, mientras inclinábamos el cuerpo hacia el televisor. —Hacelo —dijo mi hermano. —Hacelo, la puta que te parió —dije yo. —Por favor, Pipino, metelo —dijo Tambor. Cuevas continuaba en su camino a la gloria. Se acercaba al área de Racing como un corredor de 100 metros llanos, pero con el balón controlado en sus pies. Campagnuolo salió a achicar, como mandan los manuales, para hacerle el arco más pequeño al delantero. Pero ya estaba todo dicho. Pipino, con un leve pero eficaz amague de cintura, hizo como que se iba a ir hacia la izquierda y se fue por la derecha. Campagnuolo quedó desparramado en el piso. Con el último esfuerzo le tiró una patada tratando de derribarlo y tener otra oportunidad. Pero Cuevas ya estaba fuera de su alcance. Con el pie derecho acarició la pelota que se fue metiendo de a poquito en el arco hasta besar la red. El universo estalló en su Big Bang. Las gargantas de media Argentina se rompieron. Y yo estaba en mi casa, abrazado con mi hermano y con mi mejor amigo, gritando con toda mi alma el gol de Cuevas a Racing que le daba la victoria a River en el último segundo del partido. --- Ver el Gol en YouTube --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Estreno

La mujer miraba el cuerpo de su marido tirado en el sofá. No podía creer semejante coincidencia. Se sentía muy feliz. Sabía que era día de estreno. A partir de ese momento se convertía en dos personajes que anhelaba desde hacía mucho tiempo. Su nuevo repertorio incluiría el de viuda y el de asesina.   --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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La inconclusa levedad de ser

Existen en el mundo millones de historias de amor incompletas por diferentes motivos; olvidos de comunicar la separación por parte de alguno de los involucrados, muertes prematuras de uno de los enamorados o porque al cartero del pueblo se le pierde la carta que contenía la sentencia final de un amor inconcluso. Esta última historia es la que voy a tratar en este pequeño y humilde relato. Empecemos con un juicio de valor muy personal. Me aferro a la desaprobación de que terminar una relación por carta siempre fue para mí de los actos más indecorosos que se les puede achacar al ser humano, independientemente del género que le corresponda. De una bajeza vil y canalla por parte de los escribientes. Así fue como sucedió en Comodoro Rivadavia una fría mañana de otoño del año 1982. Lucrecia y Javier habían coincidido en una reunión organizada por el Círculo Naval de la ciudad. Ambos, hijos de Capitanes de barcos, acudieron a este evento en carácter de familiares invitados. Ambos se habían negado a ir en un principio por considerar estos encuentros aburridos, pero la insistencia de sus padres pudo más y concurrieron a la reunión contra su voluntad. Fue precisamente por esto último que desde el comienzo de la relación tuvieron cuestiones en común. Al cabo de un año ya estaban planeando irse a vivir juntos ni bien terminaran el colegio secundario. A todo esto, hay que comentar que los padres de Javier ya habían decidido mudarse a Estados Unidos por motivos laborales y personales, y porque querían que su hijo tuviera una mejor educación. Javier lo sabía desde hacía meses y se oponía a sus padres. El quería seguir su vida en Comodoro Rivadavia tal cual como lo había hecho durante sus primeros diecisiete años de vida. Había nacido y crecido en esa ciudad, tenía a todos sus amigos y, principalmente, tenía a Lucrecia, su primer y único amor. Pero sus padres ya tenían la decisión tomada, habían vendido la casa y habían comprado los pasajes para San Francisco. Javier estaba muy enamorado de Lucrecia y no se animaba a contarle que se iría a vivir a otro país, a otro mundo. Por quince días trató de buscar las palabras adecuadas, pero no pudo encontrar ninguna. Al final, con la fecha de partida sobre sus hombros, decidió que le enviaría una carta explicando lo sucedido, escribiendo en detalle toda la situación, y culminando con un “…te amaré por siempre”. Terminó de redactar la carta minutos antes de subirse al taxi que lo llevaría al aeropuerto. Le pidió a su padre que la depositara en el buzón de la esquina. Su padre comprendió al instante el contenido de esta y, sin decirle una palabra, tomó el sobre de las manos de Javier y lo puso en el buzón. Y eso fue todo para esta familia en Comodoro Rivadavia. Esa misma tarde sucedieron tres hechos significativos para el país y para esta historia. Uno a nivel nacional, otro a nivel local y el último a nivel personal. El presidente de facto, Reynaldo Bignone, llamó a elecciones democráticas para el país luego de seis años de dictadura militar poniendo fin a una época triste para la República. José Fernández, cartero del Correo Argentino en Comodoro Rivadavia, recogió todas las cartas del buzón de la esquina de la ex casa de Javier en el mismo momento que una ráfaga de viento hizo que se volara y perdiera para siempre la carta escrita por este joven horas antes. Y Lucrecia salió del consultorio del doctor Espósito con los resultados positivos de un embarazo de tres meses. Javier y Lucrecia, Lucrecia y Javier nunca más se volvieron a ver. Nunca más supieron uno del otro. Ambos continuaron con sus vidas separadas e inconclusas. Lucrecia tuvo a la pequeña Leticia, que crió sola con la ayuda de sus padres. Javier estudió en la Universidad de California, obteniendo un doctorado en Ciencias de la Comunicación. Lucrecia nunca más pudo enamorarse ni formar pareja. Javier tuvo infinitos romances y continuó terminando sus relaciones amorosas por carta, con resultados mucho más efectivos debido a sus estudios en el tema. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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La niña del alfabeto

A Beatriz Reinante y Yami Hernandez Érase una vez una niña de unos tres años de edad. Digo unos tres, porque nunca fui bueno para calcular las edades de las personas y menos de los nenes. Parecen todos iguales. Esta criatura era hija de una profesora de educación física. Junto a esta nena se podía distinguir un grupo numeroso de chicos entre diez y doce años, más otro grupo medio de adolescentes entre catorce y dieciocho, más otro grupo reducido de adultos que eran profesores de la misma disciplina que la madre de la niña en cuestión. Todo esto transcurrió en una ciudad de la Costa Atlántica. Creo que era Mar Azul o Mar del Plata. No me acuerdo. Yo pertenecía al grupo de adolescentes. Era ayudante de colonia de vacaciones del Centro de Empleados de Comercio de Chivilcoy, una especie de escuela de verano, y efectivamente, estábamos en el campamento que se organizaba todos los años como fin de la temporada. La niña tenía en sus manos un pequeño libro. En las páginas se veían las letras del alfabeto y, al lado de estas, unos dibujos coloridos que representaban la inicial de cada letra; caso que a la letra A, le seguía el dibujo de un Árbol, caso que a la letra B, el dibujo de una Banana y así. Recuerdo muy claro lo que pasó porque me quedó grabado y me dejó una enseñanza para el futuro. Haciéndome el ayudante copado, me acerqué a la niña para ver cómo jugaba con ese libro. Lo que me llamaba en ese momento la atención, era que la veía muy chiquitita para estar aprendiendo las letras. Apenas podía hablar bien y ya estaba aprendiendo a ¿leer? Entonces, queriéndole gastar una broma, y poniendo a prueba su inteligencia prematura, le pregunté dónde estaba la G de gato. La niña me miró frunciendo sus cejitas, levantando sus ojitos azabaches como unas uvitas y me señaló la letra en cuestión con un gatito color marrón dibujado a su lado. “Muy bien", le dije animándola. La niña me sonrió, se le pusieron rojos los cachetitos y le agarró un poquito de timidez. Yo continué y ahora le pregunté por la M de Mono. La nena empezó a recorrer las páginas del libro hasta encontrar al monito también marrón y su M. “¡Bien! Muy bien”, le dije y le revolví los pelos como haría cualquier ser humano con un nene de esa edad. No le gustó mucho que le hiciera eso, pero se rió igual porque la estaba felicitando, y a cualquier niño le gusta que lo feliciten. Fue un poco forzado. Medio que de compromiso. Pero sonrisa al fin. Fue así que decidí subir la apuesta e ir al hueso contra esta sabelotodo del alfabeto. Con toda maldad, le pregunté si me podía decir dónde estaba la S de Cielo. La niña volvió a fruncir el ceño, aunque esta vez se la notaba molesta de verdad. Miró el libro, me miró a los ojos, seria, concentrada. Trató de ver si podía encontrar a su madre. Me volvió a mirar muy enojada, como ofendida ante mi consulta. Entonces, haciendo trompita con la boca y con cara de mala, me corrigió: “La S cielo, no, la S de sapo.” Me señaló con su dedito índice el sapito verde de ojos saltones y se fue llorando, corriendo. Desde ese día, como escribí, aprendí muchas cosas. Entre ellas dejé de molestar a los nenes y me empecé a comprar las golosinas con la plata que me daba mi mamá. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Pequeña gran victoria

La primera vez que me enamoré tendría 9 años. Fue de una compañerita de mi escuela, de mí mismo curso. Al igual que yo, la mayoría de mis compañeros estaban enamorados de Ella. ¿Qué pasará por la cabeza de una nena de 9 años que sabe que todos los varones de su grado, y algunos de otras divisiones, gustan de Ella? Grandes misterios de la vida si los hay. La cuestión es que estaba enamorado y no sabía cómo manejarlo. Es más, no entendía qué era eso que sentía, ya que me pasaba horas y horas pensando y soñando con Ella. Deseando que llegue el hermoso momento de ir al colegio sólo para verla. Dentro de esa incomprensión hice lo que mi corazón y mi consciencia infantil me dictaron: Le hice saber que me gustaba. Desde primer grado tuve dos cualidades que me diferenciaban del resto. La primera es que siempre fui el más alto de mi salón y la segunda es que era el más tímido. Así que durante un recreo me escabullí por el aula y, aprovechando que todos estaban en el patio jugando, le dejé una cartita de amor en su cartuchera. Ese fue el principio del fin. A partir de ese momento dejó de hablarme y se creó una espantosa incomodidad en la clase. Todos se enteraron de la carta obviamente, incluso la maestra Norma. Con el orgullo medio lastimado, intenté acercarme a Ella. Me hice más amigo de las chicas, probé con otras cartas, la buscaba en los recreos y trataba de incluirme en las conversaciones en donde Ella participaba. Rogaba que en las clases de Educación Física me tocara en los mismos equipos. Todos fracasos y, en algunas situaciones, mis intentos sólo servían para empeorar el ambiente. Había perdido las esperanzas hasta que algo se me ocurrió. Un día, la maestra Norma estaba pasando asistencias como todos los días, con la salvedad que en esa ocasión también estaba corroborando los números de teléfonos de cada uno de nosotros y nuestras direcciones. Cuando le tocó el turno a Ella, los memoricé. El teléfono fue fácil ya que era capicúa, pero la dirección fue más difícil, aunque la pude retener en mi cabeza. Ahora tenía dos valiosísimos datos, pero no sabía cómo utilizarlos. Una tarde estaba haciendo bromas en el teléfono público de mi barrio al mejor estilo Bart Simpson con Moe, cuando me llegó la iluminación. Puse veinticinco centavos en el teléfono, marqué el número de la casa de Ella e improvisé. Me hice pasar por un tal Carlos y le dije que estaba enamorado de Ella, que soñaba todas las noches con Ella y que cuando la veía me costaba respirar. Todo era verdad, a excepción del nombre inventado, claro está. Mis palabras les gustaron y quiso saber más de mí. Yo seguí con el juego, no me iba a achicar justo ahora. Le dije que iba a otra escuela, pero, como estábamos en diferentes turnos, la iba a ver a la salida del colegio. Le conté cómo había estado vestida tal y tal día, como me gustaba que llevara el pelo y algunas cosas más. Repetí estas llamadas un par de veces en los días posteriores. Mientras tanto en la escuela notaba como Ella había cambiado. No sé. Estaba rara. Sonreía cuando caminaba sola, como pensando en algo. Estaba ausente. En la última charla telefónica que tuvimos, es decir, que Ella tuvo con Carlos, la cosa no salió como lo tenía planeado y me terminó colgando el teléfono, no sin antes decirme que no la llamara más porque ella tenía novio, y que éste iba a su mismo grado… y que tuviera cuidado con seguir molestándola porque este chico era el más alto del salón. ¡Gooooool…! Eso es lo que llamábamos en mi barrio un golazo de mitad de cancha. Al otro día me dirigí a la escuela con las esperanzas renovadas. Era el momento de actuar. Pero tenía que ser muy cuidadoso de no meter la pata con lo de las llamadas. Tenía que buscar el lugar perfecto para hablar con Ella e intentar otra vez conquistarla. Deseché la opción de mandarle una carta para citarla en algún lugar específico de la escuela. Ya sabemos cómo me había ido con las misivas. De manera que dejé atrás mi timidez y decidí hablar con una de sus mejores amigas. — Decile que la espero en la biblioteca en el primer recreo. Que tengo algo muy importante que decirle. Muy nervioso, esperando la respuesta, me senté en mi pupitre y cerré los ojos para tratar de tranquilizarme. Los minutos pasaban y nuestra amiga en común no venía. Estaban por empezar las clases de ese día y sabía que una vez que la maestra Norma entrara al salón habría perdido mi chance de hablar con Ella en el primer recreo. Cuando vi que la maestra Norma salía del salón de profesores y se dirigía hacia nuestra aula busqué a nuestra amiga. Estaba sentada en su banco y parecía triste. La miré desconcertado tratando de entender que estaba pasando. Me miró fijo a los ojos e, intentando buscar las palabras adecuadas, me dijo. — No la molestes más. Me dijo que te diga que tiene novio… y que se llama Carlos. A partir de ese momento comprendí varias cosas, muchas de las cuales me sirvieron en el futuro. Sin embargo, lo más importante que descubrí en ese instante era que mi compañerita ya no me gustaba. Ya no tenía más sentimientos de amor hacia ella. Porque ahora era solo “ella”, en minúscula. El interés se esfumó en un segundo y nunca más volvió a aparecer en lo que duró nuestro paso por la escuela Primaria. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Remorir

Lo último que hizo antes de morir fue largar un profundo y contenido suspiro. La bala se le había incrustado en el pecho y un calor agradable le llegaba hasta la garganta. Él suponía que le habían dado justo en el corazón. Dejó caer su cabeza al piso y esperó que la vida le pasara por delante de los ojos o encontrar la luz al final del túnel. Sin embargo, nada de eso sucedió. Lo que sí pudo ver y sentir con total conciencia fueron cada una de las 65.345 muertes que tuvo en toda su existencia.   --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Rotas cadenas

Oí el ruido del portazo del auto e inmediatamente miré el reloj. Ya era la hora. Estaban acá. No había escapatoria. Sabía que tarde o temprano me encontrarían. Llevo huyendo más de dos días sin rumbo ni sentido de la orientación. No sé dónde estoy y no sé dónde voy. Aunque ahora sí sé a dónde iré cuando ingresen a este refugio improvisado que conseguí y me saquen a las rastras. Tendré suerte si me matan rápido. Así que les voy a presentar resistencia. De acá me llevan con los pies para adelante o no me llevan. Y esa también puede ser una opción. Que yo gane. ¿Por qué no? No sé cuántos serán. Calculo que tres, cuatro, cinco, no más. Sólo escuché un auto y en un Falcón no entran más que cinco tipos. Más las armas y los palos. Sí. Deben ser cinco. Yo tengo un revólver con ocho balas. Si las uso bien quizás tenga una oportunidad. ¡Oíd el ruido de rotas cadenas, milicos hijos de puta! ¡Hasta la victoria, siempre y oh, juremos con gloria morir, carajo! Ellos van a entrar con todo lo que tienen. Armas pesadas de largo y mortífero alcance. Pero yo confío en mi puntería. Por algo me preparé todo este tiempo. Además, cuento con el efecto sorpresa. Ellos no se esperan que un pobre infeliz como yo, estudiante de Arquitectura, primero en mis clases, socio fundador del Club de Lectura Rodolfo Walsh de la Universidad de La Plata, los esté esperando con un fierro. Ellos seguro piensan que los voy a esperar llorando, cagado, escondido debajo de la cama. Pero no. Esa es mi ventaja. Pegar primero. Cargarme a un par ni bien tiren la puerta abajo. Y esperar. Tener paciencia. Pensar como un ajedrecista. Después seguiré en desventaja, claro está, pero estoy muy confiado en mí mismo. Como nunca. Además, no tengo nada que perder y ellos sí. Seguro que son unos pichis que los mandan a juntar revolucionarios por ahí. Con poca preparación. Jóvenes. Padres de familias y eso. Nada especial. Cuando los tres que queden vean que sus compañeros cayeron van a arrugar un poco. Se van a poner nerviosos y quizás otro cometa un error. Ahí es cuando bajo al tercero. Y ahora, dos contra uno, está más pareja la cosa, ¿no? Es casi un empate técnico. En ese momento es cuando pienso usar mi jugada maestra. Hacer como que me quedo sin balas. Gatillar el revólver en falso. Quizás acordarme de las partes íntimas de mi abuela. Hacer teatro para que sea más creíble. Eso les va a devolver el valor a estos ratis pelotudos y van a venir a por mí. En ese momento van a estar desprotegidos y… ¡bam! Primero uno, después el otro. Con la tranquilidad que me caracteriza termino de cazar a estos cinco represores. Y tal vez me convierta en héroe popular. Quizás mi nombre circule por todos los reductos de los compañeros y me transforme en leyenda. En mito. El nuevo Che Guevara. La nueva estrella de la revolución latinoamericana. Un héroe Nacional y Popular. El pibe que se cargó a cinco milicos que lo fueron a buscar. El que sólo tenía ocho balas. El hábil arquitecto tirador. Quizás, cuando todo esto pase, hasta escriba un libro contando mis memorias. Haciendo hincapié en el capítulo de lo ocurrido esta misma noche. Quizás algún escritor famoso, de los que ahora están exiliados, quiera escribir un libro con mi historia. Quizás una película. Y mis amigos se sentirán orgullosos de mí, estén donde estén. Y quizás sea propuesto para liderar alguna contraofensiva contra este gobierno facho. Y quizás, cuando ganemos, sea propuesto para presidente de la República. Y quizás saquen algún billete con mi cara. Alguna calle importante lleve mi nombre. Algún nuevo pueblo... O no. Quizás pueda sobrevivir a esta noche y no termine en un campo de concentración torturado hasta la agonía. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Aléjense de Jon de Mount Maunganui

La situación se había ido de las manos. La diplomacia no resultó como pensábamos y yo estaba a punto de recibir el primer puñetazo de mi vida en la cara. El futuro agresor era una mezcla de Kiwi y Maorí. Un gordo fornido. Manos anchas. Cuello rollizo. Brazos seguros. Avanzaba hacia mí diciendo unas palabras raras en inglés. Mis amigos querían calmarlo, pero él parecía no escuchar o no entender. Estaba obnubilado por lo que yo le había dicho. Se sentía ofendido por mis palabras y no le importaba que yo midiera casi dos metros y estuviera rodeado de cinco personas. Era su tierra, su casa y ningún Sudaka iba a poner en tela de juicio su honor. Su nombre era Jon. Dueño de la casa que habíamos alquilado por quince días en Mount Maunganui, una ciudad con playa y una montaña en Nueva Zelanda. Nada quedaba de ese buen samaritano que habíamos conocido dos semanas atrás, cuando estuvimos a punto de dormir en la calle. Sus rasgos de salvador se habían convertido en rasgos de asesino serial. Yo no debí hacerlo enojar. ¡Si ni siquiera le entendía cuando hablaba! ¿Por qué carajo le dije, en mi pobre inglés, que el problema era que él nos había robado nuestro dinero? Mientras avanzaba a los gritos, mi mente se bloqueó. Nunca había estado en una pelea y mi primer enfrentamiento iba a ser con un loco estafador, ex rugbier o caníbal, o las dos cosas, en un país en el fin del mundo. —Te está diciendo que te va a llevar a la corte. En ese momento volví a respirar. No me quería boxear, quería resolver el asunto mediante abogados y jueces. Esas semanas fueron de lo mejor. Playas, caminatas, compra de nuestra camioneta Van Toyota Estima de siete asientos, amigos nuevos, muchos días de sol y mar, escalada al Monte. Pero al principio fue complicado. Cuando arribamos provenientes de Tauranga no pudimos conseguir alojamiento en Mount Maunganui. Todas las plazas hoteleras estaban ocupadas por culpa de un gran evento que se estaba celebrando en la ciudad. Desesperados y como único posible techo un McDonald’s, nos pusimos a buscar algo por Internet. Unos chicos de Chile nos recomendaron, en un grupo de Facebook, que nos contactaremos con un tal Jon. Mauro y Micaela fueron a hablar con este Jon y una hora después estábamos todos en su camioneta paseando por Mount Maunganui con él como chofer y guía. Parecía un buen hombre. Nos llevó al supermercado para que hagamos las compras y luego nos enseñó la casa. Nos quedamos hablando como dos horas de la vida. —Qué agradable sujeto —comentamos cuando se fue a redactar el contrato de alquiler por 15 días. Al rato volvió. Firmamos los papeles. Le pagamos por adelantado las dos semanas y se ofreció a llevarnos a ir a ver a un amigo que tenía un auto para vender. Le dijimos que bueno. Que lo íbamos a pensar y nos dimos las buenas noches. Todo iba perfecto. No dormimos en la calle, si no, en una casa bonita en uno de lugares más lindos de Nueva Zelanda. Pero lo bueno se terminó al día siguiente y Jon mostró sus garras de gato, como lo apodamos. Primero entró sin golpear. Ok. Era su casa, pero se la estábamos alquilando. Y no sé cómo funcionan las cosas para él, pero creo, y espero no equivocarme que, en casi todo el mundo, el inquilino tiene prioridad y ningún propietario se anda metiendo en la casa que alquila sin permiso. —Let’s go —dijo. —¿A dónde? —¿Cómo a dónde? A ver el auto. —Ah. Sí. Con respecto a eso —le dijimos —, preferimos esperar y buscar más adelante. ¿Para qué? Su sonrisa se transformó en irá y empezó a los gritos. Como no le decíamos nada, porque no podíamos entender la situación, se fue dando un portazo. Allí cambió todo. La relación se volvió fría y solo cruzamos palabras con él un par de veces en dos semanas. Una cuando nos retó porque estábamos usando mucho Internet. Y la segunda cuando sacamos la basura un día que no correspondía. Lo primero tuvo consecuencias inmediatas; nos cortó el Wi-Fi por dos días. La segunda tuvo consecuencias económicas. En el contrato de alquiler, que por cierto no habíamos leído, porque confiamos en ese{" "} “agradable” señor que era Jon, claramente figuraba que, sacar la basura otro día que no fuera el jueves conllevaba una multa de 20 dólares neozelandeses que se descontaría del depósito de 600 dólares neozelandeses que tuvimos que pagar juntos con el alquiler. Aceptamos nuestro error y lo primero que hicimos a continuación fue leer el contrato detalladamente. Ahí nos encontramos con otro problema. Sin saber cómo, habíamos perdido uno de los dos juegos de llaves que nos dio al principio y eso suponía otra multa de otros ¡200 dólares neozelandeses! porque, supuestamente, tenía que cambiar la cerradura completa. Pero la gota que rebasó el vaso y, el motivo por el que yo estaba a punto de recibir una citación judicial fue que, una vez que nos fuimos de esa casa se quedó con el Bond (depósito) aduciendo que el televisor estaba roto y que tenía que limpiar las alfombras porque las habíamos manchado. No hubo forma de que nos lo entregara. Incluso cuando le juramos y le recontra juramos que no habíamos encendido ese aparato nunca y que las alfombras estaban así cuando llegamos. —Está bien —dijo, después de un tiempo —. Vuelvan en unos días y les doy lo que queda del Bond, luego de descontar las multas. Nos fuimos con un mal sabor de boca. Nos sentíamos estafados y, por ende, una vez ubicados en la ciudad de Katikati, que sería nuestro nuevo hogar por tres meses, empezamos a escribir cosas malas de Jon en los Grupos de Nueva Zelanda en Facebook. Cosas del estilo de: “Aléjense de Jon de Mount Maunganui” “No le alquilen la casa que es un estafador” Y similares. Por alguna extraña razón, Jon leyó esos mensajes en los Grupos y nos llamó furioso. Nuestro abogado defensor fue Maxi, que intentó mediar y calmar los ánimos. Como buen letrado de viajes, consiguió una mediación, que significaba una reunión entre las partes involucradas para el día siguiente. Allí fuimos todos en busca de nuestro dinero. Jon, como buen charlatán, empezó un parloteo diciendo cosas sin sentido para dilatar el problema. En ese momento se me ocurrió decir algo. Invadido por la impotencia que me daba todo lo acusé de ladrón. Y así fue cómo empezó y terminó esta historia. Después de bajar los decibeles, de apartarme a un lado, se llegó a un nuevo acuerdo. Él nos devolvería el dinero si nosotros borrábamos los mensajes de Facebook. Aceptamos y quedamos en volver un par de días después por la plata. Volvimos, pero mis amigos decidieron que yo no participaría del encuentro y me dejaron a unas cuadras. Temían que por fin recibiera una trompada en la cara. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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El abismo

Ella se encontraba en el borde mismo del abismo. Él la miraba con culpa, a una distancia considerable. Ella se giró para buscar una mínima esperanza. Él cerró los ojos para llorar. Ella siguió adelante.   --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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El otoño en Alejandría

Una tarde como muchas otras, volvía yo de la escuela camino hacia mi casa. Podría haber sido 14 de febrero para los románticos de turno, pero me da pena decirles que era otoño, ya que las hojas habían empezado a caer con mayor esmero y, como sabemos, en mi pueblo, el otoño formalmente empieza a mediados de marzo. Ocho cuadras separaban a mi escuela de mi hogar. Ocho cuadras que había transitado por casi diez años de manera ininterrumpida sin que sucediera nada memorioso. Pero esa tarde otoñal, alrededor de las 17:45 horas, algo digno del recuerdo y la nostalgia aconteció en mi vida y quedó guardado para siempre en mis evocaciones. Con paso cansado pero firme retornaba de mi jornada escolar. El ciclo lectivo había comenzado hacía poco tiempo y ya se sentía en las diminutas ganas de un adolescente, como lo era en ese entonces. El fin de año estaba muy lejos, pero el comienzo de un gran amor estaba a sólo media cuadra de distancia detrás de mí. Sin saber por qué, quizás guiado por una fuerza que no supe comprender, a cuatro cuadras de llegar a mi casa me doy vuelta sobre mis pasos y fue en ese preciso momento que nuestras miradas se cruzaron por primera vez. No sería la última, pero ese eterno instante perduró en el tiempo y en el espacio. A menos de cincuenta metros de mí, venía caminando ella, el ser más hermoso que había visto en mi vida, en la misma dirección y en el mismo camino que yo había transitado segundos antes. Con su guardapolvo blanco inmaculado y su pelo lacio que ondulaba imperceptiblemente por la brisa que corría en ese momento. Parecía una diosa de Alejandría, de la antigua Grecia, de Oriente. Era de otra época. Su belleza no se comparaba con ningún mortal del año 1998. Al notar que yo la estaba observando, sus mejillas se ruborizaron y su mirada cómplice se dirigió hacia el suelo. Pero a pesar de ello, no disminuyó su marcha. Yo sí, había detenido mi andar, obnubilado ante semejante epifanía. Mis músculos no respondían, mis pies no querían continuar. Los cincuenta metros que nos separaban se fueron reduciendo entre nosotros. Y ahí nos encontrábamos, a muy escasa distancia el uno del otro. Pasó ante mí. Yo no supe que hacer. Sólo me dediqué a contener ese choque ancestral entre dos almas perdidas. Al fin reaccioné y la seguí, pisando sus mismos pasos, caminando su mismo camino, apreciando su fragancia, creyendo en las extrañas y fantásticas coincidencias del destino. Ella notó mi presencia cerca suya a tal punto que se vio obligada a girar para mirarme. Ahora el que estaba sonrojado era yo, pero me obligué a no bajar la vista. Quería mantener y atesorar sus ojos en los míos como un recuerdo sagrado para la posteridad. Miles de preguntas acudieron a mi mente en ese momento. ¿De dónde había salido ese ser angelical? ¿Sería una crueldad o una bendición del destino? Pero lo que más me daba vueltas por la cabeza y el corazón era ¿cómo no había visto nunca antes a esta mujer si éramos vecinos? ¿Se habría mudado recientemente? ¿Sería un espejismo, una alucinación? ¿Me estaría volviendo loco? ¿Loco de amor? Nuestras miradas se volvieron a juntar, aunque esta vez advertí en sus dulces ojos que era una mirada de despedida, de un hasta luego, de un “nos vemos pronto” (si se me permite tal redundancia). Ella había llegado a su casa y la mía distaba de sólo media cuadra más. Quisieron los dioses y la buena fortuna que nuestras vidas se cruzaran en infinitas ocasiones posteriores, pero en ninguna volvimos o pudimos recrear ese mágico y único regreso de la escuela, de esa tarde de principios de otoño, de ese perfecto instante, de esas maravillosas cuatro cuadras que duró el amor real, puro y circunstancial. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Instrucciones para parpadear

Si se tienen los dos ojos abiertos al mismo tiempo la tarea será mucho más sencilla. Pero si se tienen ambos ojos cerrados, o se los tiene uno sí y uno no, no se desanime que con un poco de práctica y empeño va a poder parpadear con total éxito. Vamos a analizar cada situación por separado para hacérsela más fácil. CASO A: Dos ojos abiertos Empecemos con lo más sencillo: que se tengan los dos ojos abiertos. Ok. ¿Me sigue? Perfecto. Ahora présteme mucha atención. La actividad que va a realizar será la siguiente. Le pido por favor que se concentre porque lo voy a escribir sólo una vez y tendrá que actuar muy rápido si quiere lograr el objetivo. A la cuenta de tres va a bajar los párpados, esas ventanitas que tienen los ojos, rápidamente, sin pensarlo demasiado y casi sin respirar (si no sabe cómo respirar, lea las Instrucciones para Respirar en este libro. Búsquela, hombre, no sea perezoso) hasta que queden los dos ojos completamente cerrados y luego de una milésima de segundo (es importante que controle esto y no se pase del tiempo establecido porque se me duerme) los va a volver a subir, a los párpados que bajó anteriormente, ¿me entiende?, de tal manera que queden ambos, los párpados, en la posición original de cuando se dispuso a realizar la acción. Y eso es todo. Ahora me lo repite a este ejercicio cada tres o cuatro segundos hasta que se muera, o en el mejor de los casos, esté dormido, porque, ¿no sé si sabe?, pero le cuento, que dormido no puede parpadear por la simple razón que tiene a los dos ojos cerrados. ¿Vio que no era tan difícil y no dolía? ¡Hombre grande! CASO B: Dos ojos cerrados Ahora vamos a complicar la cosa. Tomemos por caso que tenga ambos ojos cerrados, ya sea porque recién se despierta o por lo que sea. No me haga poner nervioso. Muy atento acá, ya que este ejercicio requiere de su total convicción de que puede hacerlo. Si usted no cree en usted, ¿cómo usted pretende que nosotros creamos en usted. ¿Usted me entiende, no? Sigamos. Con los dos ojos cerrados, o siendo más coloquial y técnicos, porque hay que hablar con propiedad, ¿vistes? Con los dos párpados en posición de reposo, va a realizar un ligero pero efectivo movimiento de párpados simultáneamente. Los va a levantar hasta que pueda ver, o por lo menos que queden los dos ojos abiertos. Es importante que sean los dos ojos a la vez los que estén abiertos, no se lo repito más. Una vez que haya logrado tener los dos ojos abiertos, simplemente repita los pasos del CASO A escrito en la página anterior. Desde este instante, si sigue al pie de la letra dichas instrucciones, no le debe presentar mayores inconvenientes el parpadeo. “ Yo imagino el parpadeo de las luces que a lo lejos van marcando mi retorno ”, decía un viejo tango. Ah, sí. Porque también parpadean las luces. ¿No sé si sabe? Pero eso es otro tema. No se me vaya por las ramas. Cualquier cosa me practica varias veces antes de llamarme de vuelta. No quiero perder el tiempo. Con un par de repeticiones calculo que serán suficientes para aprender todo el ciclo. CASO C: Un ojo abierto, un ojo cerrado Acá lo quiero ver. Vayamos al caso de que tenga un ojo abierto y otro cerrado. No se me ocurre cómo fue que le quedaron los ojos de esa manera, pero puede suceder. No se preocupe. Tal vez le estaba guiñando un ojo a una señorita que pasaba por la calle o ligó el ancho de basto, que se yo. No estoy para ponerme a pensar en estas cosas, sino para darle so-lu-cio-nes. E-fec-ti-vas. ¿Me-en-tien-de? Lo más difícil en este caso será coordinar los dos ojos. Tenemos que lograr, o que le queden los dos ojos abiertos o que le queden los dos ojos cerrados, porque si intenta parpadear en el estado en que se encuentra puede producir una graciosa catástrofe que ni usted ni yo queremos que ocurra. Entonces, para evitar esto hará lo siguiente. Dos puntos: El ojo que tiene cerrado lo va a intentar abrir, pero sin mover el otro, el que tiene abierto, porque le quedarían desparejos de vuelta. Una vez que logre abrir el ojo que tenía cerrado y al mismo tiempo mantener abierto el ojo que tenía abierto, diríjase a las instrucciones del CASO A. Si por el contrario quiere hacer a la inversa (como le gusta complicar la cosa a usted, ¡¿Eh?!), lo que tendrá que hacer será simultáneamente cerrar el ojo que tiene abierto y mantener cerrado el ojo que tiene cerrado. Una vez hecho esto diríjase a las instrucciones del CASO B. ¡Uf! Como costó, ¿no? Pero mire que lindo que me parpadea ahora. Sus ojos están capacitados para seguir parpadeando ad infinitum y más allá.   Posdata. Dos puntos. En cursiva. Si tiene alguna otra consulta y quiere que le explique cómo hacerlo, me escribe que yo le escribo. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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La mala fortuna del piloto

Dedicado a mi buen amigo Waldemar Santorelli. Basado en hechos reales… El Gran Premio de Francia tenía todas las condiciones para que finalmente lograra su primera victoria arriba de un auto de Fórmula 1. No era martes ni trece, sin embargo, El Piloto era una persona muy supersticiosa. La mala fortuna había estado presente en muchos momentos de su carrera deportiva. Por esto, ese fin de semana, tomó todos los recaudos. Antes de salir a competir, besó sus amuletos que tenía guardado con candado para que nadie los{" "} “contaminara” con malas ondas, revisó él mismo su vehículo minuciosamente, chequeando cada detalle decenas de veces y luego se dirigió, muy confiado, hacia la competencia. Sintió muy adentro suyo que éste era su momento y nadie podía arrebatarle la gloria. Su gloria tan ansiada. El Piloto creció en una granja en un pueblito de Nueva Zelanda. Desde muy chico se interesó por los coches. Siendo un adolescente, ya mostraba sus habilidades en competencias de carreras de autos antiguos en la playa. Es así como comienza su trayectoria como corredor, que lo llevó a competir primero en Australia y más tarde en Europa. Animado por sus brillantes resultados, y con sólo dieciocho años, llega a la máxima categoría del automovilismo profesional; la Formula 1. Su corta edad y su capacidad al volante prometían una carrera deportiva llena de éxitos y campeonatos. Pero la suerte nunca estuvo de su lado. De los 99 Grandes Premios en los que participó, no pudo ganar ninguno. Sólo se tuvo que conformar con seis segundos puestos y diez terceros, a pesar de haber largado 29 veces desde la primera fila. Aunque vale decir, que en dos oportunidades logró pasar la bandera a cuadros en primer lugar. Sin embargo, y como si la suerte intentara burlarse de él o fuera una broma de mal gusto del destino, esas carreras se trataban de Grandes Premios no puntuables. Estas dos victorias estaban fuera del calendario oficial de la Formula 1 y no entregaron puntos a los pilotos. No fueron contabilizadas y nadie les dio importancia. Una de esas carreras fue en el histórico circuito de Silverston, en Inglaterra, a principio de los años 70. La otra competición donde terminó primero fue en el Gran Premio de Argentina del año 1971. Otros eventos como roturas de motores en momentos claves, que se le detenga el auto en la largada, quedarse sin combustible en mitad de la competencia, no poder salir a la pista por descomponerse minutos antes de la carrera, peleas con sus compañeros de equipos, choque involuntario con el auto de seguridad, entrar a boxes en momentos en que no lo estaban esperando, y tantos otros desencuentros deportivos lo convirtieron en el centro de atención de los periodistas y colegas por su mala fortuna. Incluso, su reputación de mala suerte era tan fuerte que un escritor de la revista Campeones bromeó sobre él diciendo que “si fuera un enterrador, la gente dejaría de morir”. En la temporada del 67 compitió con un auto de Ferrari, una de las escuderías más importantes de la Formula 1. En ese año, su mejor ubicación en una carrera fue un quinto puesto. En toda la rica historia de este equipo nunca un piloto de esa escudería no había logrado, por lo menos, subirse al podio en una competición en todo el año. El Piloto fue el primero. Pero lo anecdótico fue que, al año siguiente, otro piloto con el mismo monoplaza que él dejara, haya sido campeón con mucha ventaja sobre el segundo. Pero ese fin de semana parecía distinto. Dominó ampliamente los ensayos y las clasificaciones, se hizo con la pole position, y desde el inicio de la carrera había conseguido una distancia casi inalcanzable sobre el resto. El sueño de la primera victoria se acercaba cada vez más. Todo el mundo estaba pendiente de esta carrera. Con media vuelta para finalizar la competencia, y con la bandera a cuadros flameando en el horizonte ante sus ojos, se dirigió hacia un triunfo seguro. Ya se veía levantando el trofeo y bañando con champagne a todos los miembros de su equipo. Notas en los diarios y revistas, invitado a la televisión. ¿Por qué no, que en los programas de chimentos le inventaran un romance con alguna modelo? El mundo entero se iba a rendir a sus pies. Pero la diosa fortuna volvió otra vez a jugar con él. Una piedra, en mitad de la pista, se fue a incrustar en el neumático delantero derecho acabando para siempre con su sueño. Después de hacer varios trompos y de terminar hundido en la cama de leca, quiso finalizar la carrera a pesar de todo, pero el auto nunca encendió. Intentó como último recurso empujarlo nuevamente hasta la pista, pero fue en vano. Ya no tenía más fuerzas ni voluntad para seguir. Ya se había rendido ante el destino de su vida. Finalmente abandonó a escasos metros de la llegada, viendo como sus colegas pasaban uno a uno a través de la meta que él nunca llegaría a alcanzar. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Memorias de un viejo ventilador de pie

Hola. Soy un viejo ventilador de pie. No recuerdo bien cuando llegué a la familia González–Primo, pero debe hacer no menos de quince años. Sí. Soy de los viejitos. Ya sé que no puedo competir con los ventiladores sofisticados de hoy en día o contra los aires intergalácticos que vende Naldo, pero todavía me la banco bastante. Debe ser porque no tengo tantas horas de uso. ¡Si la mayor parte de mi vida, en esta casa, me la pasé guardado en la oscuridad de un ropero! Aunque tuve temporadas buenas. De eso no me puedo quejar. Cuando todavía vivía la Gordi, la madre de los chicos, le dábamos duro y parejo. Me la pasaba casi todas las noches de verano a su servicio. ¡Qué épocas aquellas! Yo también la extraño mucho a la Gordi porque era de las pocas, por no decir la única, que me sabía valorar. Los pibes son ciclotímicos y por mucho tiempo usaron esos pedorros ventiladores de techo que tienen por toda la casa que, en vez de refrescarte, remueven el calor por todos lados. Aunque tengo que reconocer que el más chico me dio su buen uso cuando me llevó a vivir con él en la casa que había alquilado con su ex. Esos dos veranos que pasamos juntos tuve lindo trabajo. No me quejo. Al contrario. Si a mí lo que me gusta es girar, girar y enfriar a mis amos, por así decirlo. Me acuerdo de que hasta la perra estaba contenta conmigo que no me ladraba. Al que tenía loco era al secador de pelos. Pero conmigo, éramos grande amigos. Después de eso volví otra vez al encierro, al exilio en el ropero. Varios veranos me los comí en la sombra. Hasta que uno de los ventiladores pedorros del living se rompió y ahí, el mayor, se acordó de mí. Me rescató y ahora estoy como uno más en un rincón estratégico del departamento. Estas fiestas que pasaron me usaron bastante. El pendejo me prendía algunas noches o cuando volvía de trabajar al mediodía o cuando salía de bañarse. Fue duro el verano pasado y ahí estaba yo para solucionar sus problemas climáticos. No les voy a decir que fue mi mejor temporada porque les estaría mintiendo, pero por lo menos, cada tanto, me ponían a laburar. A hacer lo que me gusta. Si bien ya estoy grande y es momento de empezar a fallar, pero aquí me ven, sigo tan robusto como el primer día. Con mis casi dos metros de altura, mis paletas azules y con mis tres niveles de intensidad —el más rápido no lo aguanta ninguno porque es como si pasara un huracán por este departamento, se empieza a volar todo y me cambian enseguida a mínimo, que también es re cojudo. Y bueno. Yo por lo pronto, sigo al pie del cañón para cuando me necesiten. A pesar de mi edad, me siento muy bien. Todavía tengo cuerda para rato, para unos cuantos años más de rosca. No. Si no se van a deshacer fácil de mí. Soy un toro de los ventiladores. Ahí lo veo al chiquito que está en la mesa escribiendo. Cada tanto me mira. Se debe estar cagando de calor, así que me parce que voy a tener acción. Está pesado el ambiente y no creo que aguante mucho más. Además, se clavó un café y veo como sus poros están pidiendo a gritos aire frío. Y es en ese momento cuando entro yo en escena. Permiso. Es hora de trabajar. (Seguro que el gallina me pone otra vez en mínimo) --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Psicópata

Advertencia: Este cuento contiene episodios con violencia, sexo y diálogos inapropiados para menores. Empecé robándome los vueltos de los mandados. Era muy fácil engañar a mi madre diciéndole que las cosas habían aumentado. Era época de hiperinflación y no dudaba de mis palabras ya que era su hijo preferido. Igual, lo que más me gustaba de ese tiempo de fines de la Primaria, eran las pajas y los petes que me hacía mi tía cuando venía de visitas. En realidad, no era mi tía-tía, sino que era la hermana del tipo con el que andaba mamá. Pero yo y mi hermana le decíamos tía. Como también le decíamos papá al viejo con el que se encamaba nuestra madre. Todo empezó como un juego y terminó como terminó. Un día me la garché a la tía. Tenía doce años y ella, creo que treinta y tres o por ahí. Estaba re caliente. Me la estaba chupando duro y parejo y en un momento le pregunté, con mi cara de inocente, si se la podía meter. La muy guacha ni lo dudó y se la mandé hasta el fondo. Esa fue mi primera vez. Después pasé a robarme lapiceras, borratintas y calculadoras científicas de mis compañeros de Secundaria. Me las escondía en los huevos para poder sacarlas de la escuela, ya que una vuelta empezaron a revisar todas las mochilas a la salida por el faltante de cosas. A las lapiceras las guardaba en una caja de mocasines que tenía en el ropero. Me gustaba coleccionarlas. En cambio, a los borratintas les quitaba las etiquetas y los usaba. Con las calculadoras hice plata. Primero se las vendía al Chichi, un almacenero del barrio que no hacía preguntas de donde las sacaba, pero el forro me pagaba dos mangos. Sabía que eran robadas de mis compañeros y me tenía medio de las pelotas. Por eso se aprovechaba con el precio. Así que cambié de estrategia y las empecé a cambiar por Paco en el Fonavi. No vayan a creer que consumía o me drogaba con esa mierda. No. Era puro negocio. El Paco lo revendía a los chicos de séptimo en el baño de la escuela. Los pendejitos se juntaban a fumar en el recreo y yo les caía con las drogas. Se ponían como locos. Me las sacaban de las manos. Esos guachines me adoraban y me dejaron mis buenos pesos. Una vuelta me animé a agarrarme a una minita en el salón de música. Estaba por terminar la Secundaria. Era una que se hacía la gata todo el tiempo y se la daba de fifí. Fue medio de prepo. La metí a la fuerza en el salón y se la metí también a la fuerza, mientras le decía que, si llegaba a gritar o contarle a alguien de esto, le cortaba la cara a navajazos. Igual la amenaza fue un poco al pedo porque le terminó gustando y me empezó a buscar para que me la cogiera seguido. Hasta me ofreció el culo en el segundo encuentro y más de una vez me pidió que le acabara en la boca.   Lo primero que hice al terminar la escuela fue entrar a la policía. Mi mamá se sentía re orgullosa de mí. Yo en cambio hice la más fácil. Me metí de cana para no tener que salir a laburar por ahí. Además, me pagaban por estudiar y eso del estudio se me daba bien. No me costaba. Mi hermana se había escapado de casa con un pelotudo y no la pudimos encontrar. Mamá se la pasaba llorando todo el día. La pendeja tenía quince años y ya había quedado embarazada. Yo le dije que abortara o la cagaba a palos a ella y le cortaba las bolas al tontito del novio. Una tarde se las tomaron y no los vimos más. Nunca los pude encontrar que, si no, los acribillaba a los dos. Así que mamá se sintió un poco mejor con mi ingreso a la policía. Cuando salía de franco los fines de semana me volvía para el pueblo. Mamá tenía todo preparado. Me esperaba el viernes a la noche con la piecita lista y milanesas con papas fritas para comer. Una genia la vieja. A veces me hacía ravioles los domingos al mediodía y se encargaba que no haya ni un ruido en el barrio a la tarde para que yo pueda dormir la siesta. Al boludo del novio lo había fletado hacía rato por lo que éramos nosotros dos solos. Yo extrañaba un poco a la tía. Un par de veces la fui a visitar y nos dimos de lo lindo. Ya estaba un poco más grande. Se le notaba en el cuerpo. Se le empezaron a caer las tetas y el culo le quedó medio flácido. Vivía en el pueblo de al lado en un departamento pedorro. Igual no me importaba nada de todo eso. Yo me la quería coger y que me la chupara como cuando era pibe. Los sábados a la madrugada, después de salir del boliche, me iba a darme unos saques a la plazoleta que está enfrente de la Terminal de colectivos. Si pasaba alguno por ahí, era carne de cañón. Yo que estaba medio duro me les tiraba encima para robarles. Si era un flaco el que pasaba, le daba un par de golpes y me quedaba con la billetera, el reloj y el celular. Si pasaba alguna minita sola, me la cogía. Y si se ponía cargosa o se hacía la loca, la fajaba y listo. Fin del asunto. No era de andar con vueltas. Si no pasaba nadie me hacía una paja y acababa arriba de los bancos. Me cagaba de la risa solo de pensar que alguien se iría a sentar en mi leche. Creo que todos los bancos de la plazoleta están pintados con mi guasca. Llegó el día de mi graduación como oficial de la cana. Vestidito con un trajecito de marinerito japonés hice el juramento y mamá lloró de emoción sentada en la primera fila. Ya estaba para atrás la vieja. Tenía sus buenos años encima y no daba más. La tía también fue a verme. Esa noche en un telo me confesó que se había re calentado cuando me vio recibir la medalla. Así que esa noche me la cojí y le juguetié con la medalla por el culo. La tía también estaba hecha mierda, pero seguía cogiendo como la mejor. No sé si eran los años, la experiencia o que se le venía la menopausia, pero era una leona en la cama. A veces no le podía seguir el ritmo y eso que yo estaba en mi mejor momento. Lo más gracioso fue que mi primer trabajo de milico fue ir a vigilar la plazoleta. Yo me había recibido con honores en la academia y había echado un físico terrible. Además, algunas de mis víctimas habían denunciado que los habían robado, violado o cagado a palos allí y, como yo era el más apto de todos los que terminamos ese año, los boludos me mandaron a controlar el lugar. Fui bastante vivo. En la plazoleta no hice más nada, así que mis jefes estaban re contentos conmigo y me felicitaban todo el tiempo por haber vuelto la tranquilidad en ese barrio. Hasta me ligué un ascenso y todo. Me dieron una camioneta para mí solo y me trasladaron a vigilar las zonas de quintas, campos y la laguna. Me pegaba unas siestas tremendas en la soledad de las Pampas. A veces para no aburrirme y no perder el ritmo, me iba de noche a la laguna y encañonaba a las parejitas de enamorados que iban a garchar. Así me hice unos cuantos pesos. Una vez me terminé cogiendo a uno que se me hizo el loquito. Se la quiso dar de héroe que defendía a su chica y terminó con un tiro en la rodilla, la nariz destruida y el culo como una flor. Encima le hice tragar toda mi leche. Todita se la tomó sin chistar. Pedazo de gil. Si hubiese entregado la guita sin hacerse el ídolo se iba tranquilo. A la noviecita la juné enseguida. La turrita trabajaba en La Anónima del centro. Una noche, cuando se volvía para su casa, la esperé y la intercepté. Me la subí a la camioneta esposada. Le dije que la arrestaba porque era sospechosa de una estafa y no sé qué mierda más. La asusté diciendo que se iba a comer como tres años en cana, mínimo, por lo que había hecho. No saben cómo lloraba la loca. Me juraba y me recontra juraba que me había equivocado de personas. Que no era ella. Que era toda una confusión. Yo me cagaba de la risa. La llevé hasta un descampado en la zona de quintas del San Francisco y cuando me bajé de la camioneta me reconoció. Lo vi en sus ojos que me reconoció. Se quiso hacer la boluda, pero yo lo noté. Le di un par de sopapos y sin perder tiempo le bajé el jean y le acabé medio rápido. Después le pegué un tiro en la frente y la tiré en una zanja. Terminamos culpando al novio, porque parece que un par de veces, después de lo que le pasó en la laguna conmigo, la había cagado a palos. Así que cayó por pichi. Una noche, medio en pedo que estaba, se me ocurrió hacer plata rápido y mandarme a mudar a la mierda, así que a la tarde siguiente me metí al Francés de la calle Bolívar y Pellegrini con una 9 milímetros y un pasamontañas. Estaban por cerrar y les caí de sorpresa. Bajé a un guardia y a una empleada que salió corriendo, queriéndose escapar. Después me di cuenta de que la conocía del barrio, pobre. Me fui directo a las cajas que estaban atendidas por pendejitos que se hicieron encima. No estaban acostumbrados a que pasara esto en el pueblo. Esa fue mi carta maestra. No sabían cómo reaccionar ante una situación como esa. Los encerré a todos en una oficina, creo que era la del gerente, y los até de pies y manos con unos precintos. Me fui con el tesorero hasta la caja fuerte en el subsuelo, me hice con treinta millones de pesos y me las tomé. Antes de salir le pegué un par de cachetadas a una señora que no paraba de insultarme y decirme que era un maleducado. Le dejé un ojo como una compota. Vieja de mierda.   Y acá estoy. En una isla del Caribe lo más choto. Gracias a algunos contactos que tengo, pude salir del país sin que me revisen la mochila y me traje casi toda la plata. Me levanté a una negra culona que le encanta coger y que la caguen a palos. Así que todas las noches le doy murra y le parto el culo como se debe. Esto sí que es vida. Ayer me enteré de que murió mamá y la calentura que me agarré que la pobre negra casi quedó internada. No me reaccionó como en dos horas. Me parece que se me fue la mano, pero con alguien tenía que descargarme. Encima creo que está embarazada. Porque mientras buscaba en el baño algo para que reaccione, encontré uno de esos Evatest con dos rayitas. Y ahora estoy en duda si dos rayitas es positivo o negativo. Igual cuando la vea devuelta le pido perdón y que se case conmigo. Seguro que me la chupa hasta dejarme con los ojos dados vueltas. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Vigilia

Me mira. Yo sé que me mira. Sus ojos fríos se me clavan en el medio de la espalda. Gigantes. Brillando en la penumbra. Filosos como sus dientes. Esperando el momento. Me está midiendo. Agazapado. Latente. Buscando la oportunidad en que baje la guardia. Al acecho. Como el depredador que es. Como lo dicta su naturaleza animal. Carnívoro.No les quiero contar nada a mis padres porque me tratarían de loco y no me creerían. —“Es producto de tu cabecita imaginativa que tenés”, diría mi mamá. —“No podés pensar en esas mariconadas”, diría mi papá. Pero yo sé que me quiere matar. Lo intuyo. No sé si es un sexto sentido o un instinto de supervivencia.Él sigue allí. Como todas las noches. Observándome. Torturándome con su respiración agitada. Con sus movimientos silenciosos entre los almohadones. En su cucha. El lugar que eligió como su guarida. Su base de operaciones malignas. Su hábitat en esta casa. Ante cualquier signo de debilidad por mi parte, me salta la yugular. Me destroza.Lo peor de todo es que sé que percibe mi miedo. Juega con eso. Me martiriza. Lo disfruta. Sabe cuáles son mis peores pesadillas porque crecimos juntos. Nos conocemos desde siempre. Él vino a esta casa el mismo día que me trajeron del hospital recién nacido. Y desde ese momento duerme conmigo en mi habitación. Pero desde hace un tiempo cambió. Ya no es más la mascota dócil y cariñosa que aparentaba ser. Ahora se volvió agresivo y sé que tiene como único objetivo comerme mientras duermo. Por eso es que me mantengo en vigilia desde hace una semana. Siete días de sufrimiento esperando que me ataque en cualquier instante de la noche. Así que no puedo bajar los brazos un segundo. No me lo puedo permitir si quiero seguir con vida. Sin embargo, a este ritmo no creo que sobreviva mucho tiempo.Ya no puedo más. Ya no aguanto más. Mis ojos se me cierran solos. Un sudor frío baja por mi frente. Los músculos se me relajan. Ningún sonido inusual en mi habitación. Mi mente se apaga. La oscuridad de la noche cae sobre mí y siento su respiración asesina cada vez más cerca. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Amor eterno

Cuando lo vio por primera vez caminando por la Rambla, supo al instante que esa persona sería el amor de sus sueños. Se imaginó una vida con él. De la mano por la Barceloneta, por el Raval, por el Puerto, por el Park Güel, por el barrio de Gracia, por el Gótico. Entrando de blanco, radiante, en Santa María del Mar. Como una princesa con su príncipe azul. Barcelona sería testigo de su amor incondicional e infinito. Envejecerían juntos y nadie los podría separar nunca. Porque una historia como la que vivirían estaba destinada a ser eterna. Inmortal. Lo vio alejarse y le tiró un beso. Pensó, “hasta pronto, amor mío”. Entonces sus ojos se le llenaron de lágrimas. Miró a su madre. Le pidió el biberón. Tenía tres años. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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El asesino del Martes

Todas las miradas se posaban en el Miércoles. Era el principal sospechoso del crimen. Nunca antes en la historia un día había sido asesinado. El Fiscal había pedido pena de muerte a los gritos. Los Jueces tuvieron que llamarle la atención porque se le quería ir al humo. Una vez calmado, se acomodó el traje y se sentó en su lugar con cara de nene caprichoso. Algunos acusaban al Lunes, pero fue el mismo Fiscal quien lo había defendido, otra vez a los gritos, alegando que no tenía razones geográficas para cometer semejante delito. Dicho eso, saltó su escritorio y salió corriendo en dirección al Miércoles con intención de fajarlo. —¡Fuiste vos, hijo de puta! Confesá pedazo de sorete. Por fortuna los policías lo contuvieron a tiempo y la acción no pasó a mayores. A todo esto, el Miércoles no había pronunciado palabra desde que llegó a la sala. Observaba el piso de mármol y negaba con la cabeza todo el tiempo. Ni siquiera había reaccionado cuando el Fiscal, en reiteradas ocasiones, lo intentó agredir. De vez en cuando buscaba con la vista al Viernes, su mejor amigo y compañero de salidas, pero éste estaba absorto. Con la mirada perdida en un almanaque colgado en la pared. Como era de esperar, el juzgado estaba lleno. Era un hecho trascendente. Sería la primera vez que se celebraba un juicio como este y no había jurisprudencia que valga. Por eso todos estaban alerta al desenlace del caso. Algunos se temían lo peor. Otros eran más optimistas y adivinaban un futuro próspero y mejor. Al fin y al cabo, era el Martes el que ya no existía y creían que podría ser reemplazado fácilmente. Pero ¿podría reemplazarse un día tan a la ligera? Ese era el interrogante de la mayoría. En la puerta se agolpaban los periodistas de chimentos. Sin consideración por lo acontecido, buscaban obtener alguna confesión subida de tono por parte del Sábado que acababa de llegar tarde, borracho y despeinado. Éste tampoco podía ser el asesino, ya que tenía pruebas suficientes en las redes sociales de que había estado de parranda sus veinticuatro horas y parte del día del Domingo. Hablando del día de descanso, estaba muy callado. Había llegado temprano como le ordenaron. Arrastrando los pies, subió las escalinatas y una vez dentro, se fue a ubicar en un banco de la última fila y allí se quedó en silencio. Saludó por cortesía a los demás días cuando iban llegando y no volvió a emitir sonido. El Jueves también estaba presente en el lugar, pero se lo veía relajado de conciencia. Sentadito al lado del Viernes, trataba de pasar desapercibido. Sabía que nadie lo iría a acusar por su fama de cobarde. Además de que estaba convencido en un 95% de que él no había sido el asesino. También se presentaron los Meses. Los doce reunidos en un mismo lugar como hacía mucho que no ocurría. ¿No se iban a perder semejante espectáculo? El más eufórico era Febrero. Si bien ese año no era bisiesto, el petizo aplaudía al Fiscal en su acusación al Miércoles y alentaba a los otros Meses a que se unan. —¡Justicia para el pobrecito del Martes! ¡Queremos justicia, Dios! ¡Ju-ti-cia!{" "} —gritaba a cada rato. Diciembre y Enero no le daban bola. Estaban en la suya charlando, preocupados con la organización de las fiestas. Ese año llegarían más rápido por razones obvias de que faltaría un día en cada semana. — Vos te quejás por esos Reyes, pero hay que aguantarse al gordo de rojo con su insoportable “Jo Jo Jo” desde temprano —le decía Diciembre a Enero—. Lo bueno es que este año voy a trabajar menos y se va a pasar rápido. Octubre había regresado del baño y preguntó si se había perdido de algo. Septiembre le comentó el episodio del Fiscal y de lo insoportable que estaba Febrero. —Siempre igual ese petizo —dijo Noviembre queriéndose unir a la charla, pero tampoco le dieron bola. Era un mes al que no lo registraban. Entonces se largó a llorar una lluvia de lágrimas. Nadie lo consoló. Ubicados en primera fila estaban los hermanos Junio y Julio. Aunque no eran mellizos apenas por un día, la similitud entre ambos era asombrosa. Fríos y aburridos cuando viajaban al sur y alegres y extravagantes cuando residían en el norte. “Bastante esquizofrénicos los pibes”, pensaba Mayo que los miraba de cerca con envidia. —¡Fuiste vos hijo de puta! Admitilo que fuiste vos. —volvió a cargar el Fiscal y sacó a todos los presentes de sus pensamientos. Abril se asustó y se le despeinó su belleza. Marzo se empezó a cagar de la risa. —¿De qué te reís, boludo? —le dijo Abril. —De la locura esta. Era para traerse pochoclos. —Es bastante serio para que vos te burles de esa manera. —¿Te parece serio todo este circo, Abril? Igual me chupa un huevo y la mitad del otro. Somos el hazmerreír de todos. Los Chinos, los Hebreos, los Budistas se deben estar haciendo un picnic con nostros. Si los Aztecas y los Mayas todavía vivieran. Mamita… Pero ponete a pensar un poquito, Abril. En serio. Vamos a tener menos laburo. Vos porque no te tenés que aguantar a los pendejos en Sudamérica cuando empiezan las clases. Llegan de las vacaciones endemoniados los guachos y yo me los tengo que fumar todo el mes. Claro, porque a vos te los entrego mansitos y no tenés que hacer nada. — ¡Orden en la sala! Silencio. Vamos a dar comienzo al juicio. El Calendario Gregoriano contra el Miércoles. Se lo acusa de ser el actor intelectual y material del asesinato del día Martes. ¿La defensa tiene algo que decir? — Nuestro defendido se declara inocente de todos los cargos, señores jueces. —Puf. Inocente mis tarlipes. Fue él. No hay dudas. — Silencio, Fiscal. Ya le va a tocar su turno. Y háganos el favor de sentarse en su asiento, ponerse de vuelta la camisa que está revoleando y bajarse de su escritorio. El Fiscal hizo caso al Juez de mala gana apoyando con rudeza su cuerpo en el respaldo del sillón. El Miércoles levantó por primera vez la vista del suelo para mirar al Fiscal. Éste último, al darse cuenta que lo miraba, se llevó los dedos índice y el del medio a sus ojos y acto seguido señaló al Miércoles con esos mismos dedos. Esta acción la repitió tres veces mientras fruncía el ceño y entornaba los ojos. Al que se lo veía muy preocupado era al Año Siguiente. Era lógico. Sería el primero que tendría que reestructurar todo su calendario y eso no era tarea fácil. Con una libretita en la mano, anotaba todo lo que decían los Jueces y el Fiscal, pero lo hacía más como un acto reflejo propio de su nerviosismo. Él no estaba seguro de que haya sido el Miércoles el asesino del Martes. Más bien, se inclinaba por la culpabilidad del Lunes, pero a esa altura, lo que pensara no era importante. El quilombo que se le venía encima en pocos meses ni los Mayas lo podrían haber solucionado. El primero que se dio cuenta de la presencia de Osvaldo en la sala fue el Domingo. Pero ¿quién carajo era ese sujeto? Resulta que hace unos cuantos años, este personaje había hecho una fuerte campaña de lobby, con el apoyo de una famosa marca de cervezas argentina, para pasar a formar parte de los días de la semana. Domingo no lo había olvidado y le guardaba rencor. El problema se le presentó porque Osvaldo quería ubicarse entre él y el Lunes. Y no sólo eso, sino que quería que lo nombraran día de Fin de Semana con todo lo que eso significaba. Domingo se había opuesto firmemente en aquella ocasión alegando que incluir un día nuevo sería una infamia y una traición a la memoria del gran Gregorio XIII. Pero lo que en realidad lo disgustaba era que quería mantener su grupo reducido junto al Sábado de días no laborables. Se sentía cansado y viejo y no estaba dispuesto a aguantar a un día fiestero más. De sobra tenía con su día previo. Luego de seis jornadas intensas, el juicio había llegado a su fin. La semana se había terminado más rápido que de costumbre, claro está, y era el día de la sentencia. Aunque estaban en una encrucijada técnica, ya que no podían darse cuenta si era Martes o Miércoles. El Juez número tres se inclinaba por la segunda opción y decía que no podían dar su veredicto justo ese mismo día. El Juez número dos le comentó que técnicamente era Martes, a lo que el Juez principal lo calló de un sopapo. —Que ni se te ocurra volver a decir una pelotudez semejante como esa. ¿Está claro? Ya con el fallo preparado se dirigieron a la sala de sentencia.   —De pie señores —dijo un policía. Los tres Jueces entraron en fila india y se ubicaron en sus respectivos asientos. Todos se pararon y se sentaron devuelta como robots. El único que se quedó parado fue el Viernes. —Señores jueces, tengo algo para decir —dijo el Viernes. Se escuchó un fuerte murmullo en la sala. Los Jueces se miraron unos a otros. El Fiscal, afónico, quiso decir algo, pero ya no salían palabras de su boca. Febrero se tomó la cabeza. Marzo largó una risita sarcástica. Noviembre golpeó con el codo a Diciembre buscando un cómplice para la situación. Diciembre ni lo miró. El Año Siguiente y el Que Sigue se inclinaron hacia adelante en sus asientos. El Miércoles levantó la vista por segunda vez en todo el juicio. Buscó al Viernes y este lo miró fijamente a los ojos. El Miércoles le negó con la cabeza. Pero el Viernes volvió a mirar a los Jueces. Finalmente tomó el protagonismo el Juez principal. —Diga lo que diga, ya tenemos un veredicto. —Ustedes saben quién fue en realidad y se están haciendo los boludos —dijo el Viernes. —¡¿Cómo se atreve a dirigirse a nosotros de esa manera?! —dijo el Juez número dos y recibió otro sopapo del Juez Principal. Otra vez el murmullo se apoderó de todos. —Orden. Orden en la sala o se levanta la sesión. — Eso es lo que ustedes pretenden. Suspender esto. Pero no se van a salir con la suya —dijo el Viernes-. Quiero que todos me escuchen. Esto es un fraude. El asesino del Martes no es el Miércoles. El verdadero asesino del Martes es… Un fuerte estruendo aturdió a todos los presentes que se tiraron al piso en busca de protección. El Miércoles también cayó al suelo pero con sangre en su pecho. Los policías se recuperaron del estallido y se abalanzaron contra el agresor. El Fiscal, como último acto, le disparó al Viernes pero le erró y mató al Juez número dos. Luego se llevó el revólver a su sien y se voló los sesos. El Domingo se paró de su asiento y salió corriendo por la puerta de entrada. El Jueves al darse cuenta de esto, lo frenó con un tackle. —¿Pero qué hacés pelotudo? —dijo el Domingo. —Te estoy agarrando que te querías escapar. — ¿Pero vos sos o te hacés? No ves que estaba persiguiendo al Lunes que salió corriendo. ¿No entendiste nada de nada? Cuando todos quisieron reaccionar el Lunes ya se había perdido para siempre. Los motivos por los que asesinó al Martes salieron a la luz al instante. Estuvo todo el tiempo enamorado del Miércoles y había un día que le impedía estar junto a su amor. Ahora no sólo no estaría nunca más cerca del Miércoles sino que le deparaba una vida de fugitivo. Lo que nunca pudieron descubrir fue la reacción del Fiscal de matar al Miércoles y luego suicidarse. Porque los días también pueden enamorarse, matar y desaparecer. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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El payaso Almodóvar

Estaba viejo y sus chistes ya no causaban el efecto de antes. Por eso el administrador le había comunicado que esta sería su última gira con el circo. Lo iban a remplazar por un dúo de payasos más jóvenes que él, y que, aceptando la realidad, su tiempo había pasado. Mientras se estaba vistiendo para salir a escena recordó sus buenos momentos. Cuarenta años haciendo reír a las personas era mucho para un hombre. Cuarenta años recorriendo el país, alegrando cada rincón de la República con su gracia, con su humor. Cuarenta años que lo marcaban a fuego. Una vida entera dedicada a intentar robarles sonrisas a chicos y grandes. Por un rato pensó que el administrador tenía razón. Era momento de retirarse. Pero ¿qué haría ahora con su vida? Los payasos de circo no tienen jubilación, y el poco dinero que tenía ahorrado sólo le alcanzaba para vivir unos meses. Pero eso no era lo importante. Lo que más le daba vueltas por la cabeza, una y otra vez, era que había llegado al ocaso de su carrera y no sabía hacer otra cosa que vivir en el circo. Se pasó una hora buscando el calcetín rojo de la buena suerte. Ese que le había regalado el primer dueño del circo años atrás, cuando la historia era otra. En ese tiempo, ir a ver un espectáculo circense era algo sublime. Colas de cuadras para sacar una entrada. Ciudades y pueblos enteros expectantes por la llegada del circo. En esa época, él supo ser la atracción principal durante muchos años. ¡Atención damas y caballeros! ¡Atención niñas y niños! ¡El número que tanto estaban esperando! ¡Con ustedes, el genial, el magnífico, el único, el Payaso Almodóvar! Y miles y miles de personas rompían en una ovación interminable. Y miles y miles de caras felices disfrutaban de su rutina. La risa de los niños y los adultos, la alegría que destellaban de sus rostros, no se lo olvidaría jamás. Y cuando terminaba la función, el público invadía el escenario para abrazarlo y pedirle autógrafos. Y el mundo se detenía por un instante. Y todos disfrutaban de un momento único en familia. Cuantas muestras de afecto y cariño. Pero ahora todo concluía. A la nueva generación no le interesan los circos. Había llegado el tan temido ocaso. Con suerte vendían las primeras cinco filas si era una ciudad grande y si no pasaban nada interesante en televisión ese día. Ahí estaba Almodóvar. En su pequeño camión, buscando desesperadamente su calcetín rojo de la suerte porque se acercaba el turno de salir al escenario. Aunque su participación era minúscula, quería estar lo mejor posible para su último espectáculo y, contar con su media de la suerte, era fundamental en este caso. —¡Cinco minutos y te toca, che! —le dijo un malabarista golpeando la puerta del remolque. Y el condenado calcetín que no aparecía. Al final optó por ponerse otro, resignado, porque no le quedaba más tiempo, y quería estar puntual en su despedida. « ¿No sé porque no lo anunciaron como “La última función del Payaso Almodóvar” al espectáculo de esta tarde? Quizás algún memorioso o nostálgico lo recordara y la platea estuviera con un poco más de gente. », pensó. — ¡A bambalinas Almodóvar, dale que salís! Con paso cansino y la mirada perdida se preparó para su último show. Duraría tres minutos y cuarenta segundos, pero serían sus últimos instantes en el circo. Su última rutina. Las últimas risas. Los últimos aplausos, y el telón de su vida se bajaría para siempre. Una voz aguda gritó desde el escenario anunciando el próximo número, que era nada más ni nada menos que su final. — ¡Y ahora sí, con ustedes… el Payaso Almodóvar! A pesar de estar viejo, las ganas y las energías no las había perdido. Saltó al medio del escenario con su clásico “¡A divertirnos chicos!”, pero se detuvo de golpe. Una tremenda ovación de gritos y aplausos apabullantes lo recibió. Levantó la vista, con lágrimas en sus ojos y los vio. Su público de siempre. Padres con sus hijos a los hombros. Abuelos de la mano de sus nietos y una platea colmada, con banderas pintadas con el nombre de diferentes partes del país, que se habían enterado de que esta era la última función del genial, del magnífico, del único. ¡El Payaso Almodóvar! --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Instrucciones para respirar

Es importante que se encuentre vivo. Caso contrario, no lo intente porque de todas formas no lo logrará. Para verificar su existencia intente respirar; si puede, está vivo; si no, sería en vano continuar leyendo estas instrucciones ya que, al fin de cuentas, ni podría respirar ni podría leer. Ahora, suponiendo que está vivo y quiere intentar respirar para corroborar lo primero y no sabe cómo hacer lo segundo, estas instrucciones son las indicadas para usted. Para empezar, le voy a hacer una breve introducción sobre el oxígeno antes de que se me muera. No voy a entrar en demasiados detalles teniendo en cuenta su desesperante situación. No soy de esos que dan vueltas y vueltas al asunto y nunca llegan a ningún lado. A mí me gusta ir al grano. A los bifes, hablando en criollo. Esas personas que giran y giran sobre un tema y al final te das cuenta de que todavía no dijeron nada, me sacan de mis cabales. No piense que soy de odiar a la gente así porque sí. Me considero un pacifista de la vieja usanza. De los que quedan pocos en el mundo, pero hay que saber diferenciar entre un charlatán y uno que sabe. El que sabe te canta la justa. Te dice las cosas como son. Así, sin más rodeos. En cambio, el charlatán, intenta llenar el espacio, ya sea si está dando un discurso con un léxico elocuente o si está escribiendo, con un glosario que luzca bonito a los ojos. Viendo que ya se me está poniendo colorado, le paso a explicar dichas instrucciones para que pueda respirar. Como le decía, lo que tiene que lograr, su objetivo número uno, es que el oxígeno que está en el aire entre en sus pulmones. Noto por sus ojos saltones que no tiene la menor idea, por no decir otra cosa, de lo que es el oxígeno. El oxígeno, señor, es lo que lo mantiene vivo a usted y a mí, y por supuesto, al resto de los seres humanos y, por qué no, también a algunas especies del reino animal, como el ñandú, por ejemplo. Está compuesto por dos átomos de oxígeno, y que valga la redundancia, porque si se tienen tres átomos de oxígeno, ahí ya no le sirve, ¿ve?, porque eso sería ozono. Veo en sus lágrimas la emoción que le infunden mis palabras, eso me llena de orgullo, señor, y le continúo. Para poder captar esos dos átomos de oxígeno que forman el oxígeno, usted se va a valer de su nariz, más precisamente, de sus fosas nasales que son esos dos agujeritos que tiene en el medio de la cara. Ojo de no confundirse los dos agujeritos de las fosas nasales con los dos agujeritos de los ojos. Los ojos están más arriba, casi a la altura de la frente y eso que se está agarrando, señor, es su garganta y tampoco le sirve para esto. Y por favor levántese del piso y déjese de hacer el payaso así puedo continuar. Ahora sí viene lo bueno. Con esos dos agujeritos lo que tiene que hacer es aspirar para dentro como si estuviese chupando pero con la nariz. Tampoco es cuestión de andar cazando el oxígeno con sus fosas nasales como si estaría cazando mariposas. Es importante que aspire para adentro y no para afuera, porque lo segundo se llama exhalar y tampoco le sirve para empezar. Eso sería el segundo paso de la respiración, pero no se me adelante, no sea ansioso. Parece un chico. Bueno, ahora lo quiero ver haciendo esto. A ver cómo me aspira el aire. Bien, bien. Va queriendo la cosa. Lo siguiente que hará será largar ese aire que anteriormente aspiró así me completa el ciclo de la respiración. Este ejercicio me lo repite continuadamente durante todo el día, y no sólo por hoy, no sea vago, sino por el resto de sus días que le quedan por vivir. Ahora que ya tiene un poco más de color en su rostro le cuento que también puede realizar este ejercicio, pero por la boca con los mismos resultados que por las fosas nasales. No se lo quise decir antes para no abrumarlo con tanta información. Tranquilo hombre, que hay oxígeno para todos por un buen rato. Respire despacio que se me va a hiperventilar. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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La moda de los cementerios

El pueblo de San Juan de los Arroyos se preparaba para recibir un nuevo domingo. Las viudas, los huérfanos de padres y deudos de familiares fallecidos, se daban cita en el cementerio local. Largas filas de coches, autobuses y personas de a pie se iban acumulando en las cercanías de este lugar de descanso eterno. Los encargados de la seguridad habían dispuesto los molinetes y las vallas para ordenar y, por qué no, controlar a los visitantes. A las nueve en punto se abrirían las puertas y empezarían a desfilar entre llantos y pesares, las personas por los pasillos, tumbas, mausoleos, altares y nichos. Nadie recordaba en qué momento se había puesto de moda acudir en masa a los cementerios. Aunque a esta altura, no importaba demasiado. La misma historia se repetía domingo tras domingo. Muchas familias preparaban su visita a este lugar como la única salida de fin de semana. Vestir ropas oscuras no era algo obligatorio, pero sí cultural. Las mujeres lucían los mejores vestidos que pudieran comprar. Los hombres hacían lo mismo con sus trajes y zapatos. Los niños tenían permiso, en este mundo de distinciones, llevar una camisa blanca. Pero eran los menos. Sus padres les compraban desde muy chicos sus trajecitos negros que iban cambiando a medida que crecían. Por este motivo era común que un niño, cuando llegaba a la adolescencia, había pasado por más de veinte trajes distintos. Las familias más humildes de San Juan de los Arroyos iban transfiriendo estos trajes de los hijos mayores a los más chicos. Las familias adineradas competían implícitamente para ver quién vestía el traje más a la moda, lujoso y caro. Una persona para ingresar al cementerio debía mostrar en la entrada su Carnet de Permanencia que se tramitaba de lunes a jueves, de ocho a doce del mediodía, en el Registro Nacional de las Familias. A su vez, tenía que contar con un Certificado Médico “al día”, es decir, de no más de tres meses de antigüedad, expedido por algunos de los profesionales habilitados por la Comuna de San Juan de los Arroyos. Y por último, y no menos importante, debía comprar la entrada por Internet o en el mismo Registro para cada domingo en particular. Dependiendo de la semana, estos tickets de ingreso se agotaban el mismo lunes, cuando salían a la venta para el próximo domingo. Es por esto por lo que se tenía que estar preparado con la tarjeta de crédito lista, para los que compran las entradas por Internet o hacer las colas desde la madrugada, en el Registro, a la espera de que empiece la venta, que se producía, por lo general, cerca del mediodía. Nadie quería perderse de estar y llorar a sus familiares fallecidos un domingo, por lo que los lunes eran días muy caóticos y conflictivos por todos los habitantes en la Comuna. Todos los días 5 de enero se ponían a la venta cien pases anuales que se agotaban en menos de diez minutos. Por supuesto que existía la reventa ilegal de entradas. Era algo incontrolable por parte de las autoridades. Aunque todos sospechaban que estos revendedores estaban apañados por los funcionarios o eran vendedores encubierto del gobierno mismo. Lo que sí era sabido que, varias veces en el año, se tendría que recurrir a estos sujetos para poder conseguir una entrada. El momento de mayor caos se producía cuando se daba la orden de que se podía ingresar al cementerio. Se producían corridas, empujones, pesares. Los llantos se hacían oír con mayor volumen. Esto también era algo que estaba instaurado en la cultura popular. Se creía que cuanto más fuerte se escuchaba el llanto y más afligido, mayor era el dolor que se sentía por el familiar que se iba a visitar. Por esta razón los padres iban educando a sus hijos para que sean buenos y seguros “lloradores” desde chicos. Hasta los hacían practicar varias horas frente al espejo durante la semana. Pero todo esto cambió un domingo de octubre. Ese día había comenzado como cualquier otro. Sin embargo, algo terrible aconteció cerca de las 10:39 de la mañana. La tragedia invadió el recinto. La segunda planta de la sesión de nichos se desmoronó, dejando bajo los escombros a más de doscientas personas. Niños, adultos y ancianos quedaron enterrados para siempre. La mayoría falleció en el acto. Algunos perecieron más tardes en el hospital. Sólo unos pocos fueron rescatados con vida. Desde ese día las personas de San Juan de los Arroyos dejaron de ir al cementerio por considerarlo un lugar maldito y volvieron enterrar a sus difuntos en los patios de las casas. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Mi cuerpo

Me desperté muy temprano en la madrugada. Todavía estaba oscuro. Afuera llovía muy fuerte y las gotas golpeaban la ventana de manera violenta. Algo se sentía diferente. Me sentía muy cansado. Liviano. Al mirar sobre mi cama lo pude comprobar. Es que mi cuerpo seguía ahí.   --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Qué mala pata(da)

Me calmé. Más por calmar al resto que por hacerlo para mí. Todavía retumbaba el grito en el gimnasio del Club Independiente de Chivilcoy. Estaban todos asustados, llamando ambulancias al por mayor. Yo no. Yo estaba tranquilo. Quizás fuera porque no me dolía. Estaba caliente. No del verbo “enojado” sino del verbo “veinte minutos corriendo detrás de una pelota”. Mi amigo Tambor comprendió al instante la gravedad de la situación y tiró un chiste para descomprimir. —Pónganle dos palitos de helado de cada lado y que siga jugando. Nadie se rió. Yo sí. Estuvo rápido y original. Este Tambor siempre con sus ocurrencias. Grité cuando me di cuenta de que me había quebrado el tobillo. Repito; no me dolía, pero me vino el grito a la garganta y tuve que escupirlo con todas mis fuerzas. Enseguida supe que estaba quebrado. El hueso que sobresale en los tobillos normales estaba casi por el talón y tenía una forma rara. El cirujano en el sanatorio, antes de operarme, me diría que lo que me pasó fue un “perro verde”. Yo lo quedé mirando. —Por lo extraño —completó—. Nunca vi nada parecido. Eso me llenó de alivio y trajo la paz interior que tanto andaba buscando antes de entrar al quirófano. Estoy siendo irónico, claro está. Mientras las rodillas de mi rival impactaban sobre mi pie, yo intentaba en vano cubrirme del pelotazo. Más tarde me dijo que se había resbalado y le creí. Más tarde me llevó medio kilo de helado de Trapani al Sanatorio y lo perdoné. La pelota se me había ido larga cuando me pasé a uno. Sabía que no la alcanzaría antes que mi rival, por lo que hice lo lógico: me cubrí la cara y me di vuelta. Pero el pelotazo nunca llegó. Lo que si llegaron fueron dos rodillas que impactaron de lleno contra mi tobillo derecho. El partido lo teníamos controlado. Era muy probable que ganásemos. De hecho, lo hicimos. Porque después de mi incidente el partido siguió y logramos una victoria contundente. De esto me enteré en el Sanatorio horas más tarde. Ese día había hecho un par de goles antes de la lesión. Iba primero en la tabla de goleadores. Por esto, creo, me sentía con la confianza como para tirar una gambeta en la mitad de cancha. Cuando empezó el partido sabía que íbamos a ganar. Estaba jugando con mis amigos y nos estábamos divirtiendo mucho. Representábamos a la Colonia de La Bancaria. A pesar de que ni Repe ni Tambor ni yo trabajábamos en esa Colonia, ni en ningún Banco, nos había convocado Carlitos para jugar como refuerzos en ese torneo. Por la tarde había trabajado en OSDE y me habían comunicado que me trasladaban por una semana a la Filial de La Plata. Me pagaban un hotel, viáticos y desarraigo. Esto me hizo dudar de si renunciaba a OSDE para volver con Amado que me había ofrecido trabajar devuelta para él por el mismo sueldo que tenía en OSDE más un auto que me prestaba. Era menos presión e iba a estar más relajado y con auto. Tenía muchas ganas de renunciar a OSDE. No me sentía a gusto. Lo estaba sufriendo demasiado. También tenía muchas ganas de volver a trabajar a la empresa de Juan Carlos Amado. Ya había trabajado para él hacía un par de años. Era todo un dilema. Empezaba el año 2010. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Charlas de bar

—¿Te enteraste lo del Cacho? Sacó redoblona, a dos cifras y a tres cifras, todo esta misma semana que pasó.   —¡Qué julapo este Cacho! Tiene más culo que camote.   —Pero se lo tenía merecido el pobre.   —¡Qué pobre ni que minga! E’ un hijo de puta. Lo que le hizo a la Marta no tiene perdón de Dió.   —¡Vamos! Que la Marta no es ninguna santa tampoco.   —Tirangueira lo que quierá, pero eso a una mujer no se le hace.   —Está dulce el hombre y ni una copita de vino se nos pagó.   —¡Qué va a pagá! ¡Qué va a pagá ese!, si lo sopingo que tiene en lo bolsillo no son de ahora. Siempre fue un codito bárbaro.   —¿Te cae mal el Cacho, no?   —Para nada. No sé por qué me lo preguntá, si hasta es medio primo mío, mirá.   —Sí, pero ¿te acordás en el lío en que te metió con la Clorinda?   —¡No me hagá acordá! ¡No me hagá acordá! Que casi lo agarro de la catería y lo ahorco a ese tingo.   —A propósito, ¿cómo están las cosas con la Clorinda?   —Y… quedaron media temblequeada. Se quedó con la duda y cuando una mujer tiene una duda no hay maringotes que valga.   —Mandales saludos cuando la veas.   —Dale, le mando.   —¿Pedimos otro vasito?   —¡Metele manjebo que este pincho no se me arremolina!   —Así me gusta compadre. ¡Tito, dos vasos más para acá!   —¿Tinto, Don Jacinto?   —¡Pero mirá lo que te pregunta este pinchute! ¡Pero claro que tinto, chicardón!, y con una pinta y tres cuarto.   —Perdón Don Enrique, pero no le entiendo lo que me dice. ¿Una pinta y qué?   —¿De dónde salió este, Don Jacinto? Una pinta y tres cuarto, zampote.   —Dejalo al pobre muchacho que le está haciendo el tiempo mientras el Abel anda de parranda.   —Eh… disculpe que lo contradiga, Don Enrique, pero no sé lo que me está pidiendo.   —Pero miralo vo a este berrinto. Te pido dos vasitos de tinto con dos buchitos pa asustarlo.   —¿Asustar a quién, Don Enrique?   —¿Vo me está tomando para el jaipe, querido?   —No, Don Enrique. Faltaba más.   —Perdón que me meta, Don Enrique. Pibe, acá el hombre te está pidiendo dos vasos de tinto con dos chorritos de soda.   —Eso nene. Con dos cotingos sin palencua.   —Ah… ya salen.   —Todo hay que explicarle a esta joviandad hoy en día. Desde que empezó la universidad este ruquerdón que no gacha ni para el tranco. Yo siempre lo digo; la escuela te fantuguea el masqueto. ¿Pedimos manise con cáscara?   —Dejá que se los pido yo. Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Bésame mucho: el tango que baila Maradona

Una noche de mediados de abril, mientras esperaba el autobús a Praga, en una calle solitaria de la ciudad de Gießen en Alemania, me pasó algo simpático. Hacía mucho pero mucho frío y yo me había resguardado en un hueco entre dos mamparas y techito. La espera era interminable con los cero grados de temperatura ambiente. Algunos borrachos pasaban a los gritos. Me miraban y se sorprendían. No sé si les llamaba la atención mi altura o mi sospechosa soledad en esa calle desierta y semi iluminada. Pero no me decían nada. Seguían su camino a los gritos hasta el próximo bar. Nota 1: Los borrachos en Alemania son respetuosos con el turista cagado de frío esperando un colectivo a las 00:45 de la mañana. De pronto se acercó una pareja de unos sesenta años. Él: pelo canoso, barriga pronunciada, nariz roja, campera deportiva. Ella: tímida, pelo negro, bufanda a juego con un tapado marrón gastado que le llegaba hasta las rodillas. Al verme, me preguntan algo en alemán, a lo que le respondí: Ich spreche kein Deutsch, como lo hice cada vez que me hablaban en ese idioma. El señor, que era ruso o ucraniano, (no le entendí muy bien si era ruso que quería viajar a Ucrania o ucraniano que quería viajar a Rusia) me preguntó en inglés si hablaba inglés. Le dije que algo entendía. Entonces sacó de su bolso un papel queriendo averiguar si yo sabía dónde paraba su colectivo. Le dije que no tenía ni puta idea. Siguiendo con la improvisada charla me preguntó de donde era. —¿Yo?, Argentino. —¡Ah! ¡Fidel Castro! ¡Español! -me dijo. Nota 2: A los ex soviéticos la Perestroika también les racionó la Geografía. Acto seguido se puso a tararear el bolero “Bésame Mucho”, mientras arrastraba a su mujer por la vereda fría creyendo que estaban bailando el “Tango a lo Maradona”. No les dije nada. Ni que esa canción no era un tango, ni que Maradona se haya destacado justamente por bailar tangos. Los dejé improvisar bajo la noche cerrada. Llegó mi autobús y me tuve que ir. Por la ventanilla vi que me saludaban como si fueran unos familiares que habían venido a despedirme, mientras seguían bailando el “Tango, Bésame mucho”, ahora no tanto por mí, sino para olvidarse del frío, del comunismo y del largo viaje que tenían por delante hasta Ucrania… o a Rusia. Vaya uno a saber. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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El carnicero poeta

La siguiente es una pequeña nota periodística encontrada de casualidad en el diario “La Crónica del Oeste de Chivilcoy”. Roberto Urdaiz fue un carnicero de la ciudad de Chivilcoy al que siempre le gustó leer en secreto los clásicos de la literatura. Según se ha averiguado por los forenses que lo encontraron colgado de una soga en el freezer de su local, tenía en su casa más de noventa relatos cortos, tres novelas (una sin concluir) y más de quinientos poemas de estilo libre que había escrito durante sus cincuenta y cuatro años de vida. Al preguntarles a los familiares por esta doble personalidad, ninguno estaba enterado. Aunque algunas vecinas mayores de edad, que nos pidieron expresamente que no diéramos sus nombres, se animaron a decir que; — El Roberto siempre nos decía piropos y cosas lindas cuando le comprábamos bola de lomo o carnaza”. Lamentablemente la familia decidió no publicar nunca estos escritos por motivos personales. Pero según supimos de buena fuente, todos estos ejemplares literarios del Carnicero Poeta, si se me permite el título, fueron quemados por su hermano, Jorge, en un arrebato de envidia al enterarse que Roberto era, además de carnicero, escritor y muy bueno, y él, un simple panadero sin ningún talento literario. Solo se pudo recuperar, gracias al accionar de los investigadores y del juez a cargo de la causa, el último poema que dejó a sus familiares como nota de suicidio. A continuación, transcribiré esta forma ocurrente de decirles a sus seres queridos que no quería pertenecer más a este mundo, que de alguna forma se había cansado de seguir vivo.   “Ya no hago nada con mi vida. Con mi vida ya no hago nada. Sólo me siento solo a ver la lluvia caer por la ventana. Nada más me interesa. Mis últimas gotas…   Ya no me emociono con las cosas bellas de este mundo, ni me consterno con las situaciones inoportunas del vivir. El silencio es y será para siempre mi compañero, mi guía. Mis últimas palabras…   El tiempo ya no me seduce. Es el final que tanto anhelé. La eternidad me espera. Es mi último final.”   Roberto Urdaiz Hay quienes se atreven a decir que este magnífico poema contiene un mensaje subliminal para sus conocidos. Otros, entre los que se incluye éste humilde periodista de “La Crónica del Oeste”, preferimos disfrutar de las últimas palabras que Roberto Urdaiz, carnicero y poeta de la localidad de Chivilcoy, en la provincia de Buenos Aires, Argentina, dejó a este triste mundo para la posteridad. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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El último latido

La algarabía reinaba en el recinto. Los comensales de la fiesta se dispersaban ordenadamente por el salón. La Muerte los miraba de reojo. Ninguno siquiera sospechaba de tal maligna presencia, o eso ella creía. No la podían ver y no la podían sentir, esto era seguro. Ella se paseaba entre ellos. Sigilosa. Atenta. Expectante. Uno a uno los bailarines fueron ganando la pista mientras la banda entonaba los primeros acordes alegres. El Agasajado miraba a todos desde su tarima dispuesta especialmente para la ocasión. La Muerte también observaba cada movimiento. Controlaba cada latido de los más de ciento veinte corazones que se esparcían por el salón. Sabía que uno estaba a punto de fallar. Su trabajo era encontrarlo antes de tiempo. Antes que le robaran otra muerte. Tenía instrucciones claras de que era su última oportunidad en esta eternidad. En el pasado reciente había perdido varias vidas y no podía volver a repetirse semejante fracaso. Sabía que otras fuerzas estaban en posición. También habían sido alertados. Por tradición legendaria ellos no se podían reconocer en el mundo de los mortales. Sólo se podían encontrar en las pesadillas y en las alucinaciones de los humanos. El reloj marcó la medianoche con doce campanadas sonoras que hizo perder el ritmo a más de uno de los músicos. Al instante todos se dieron cuenta de lo que estaba por ocurrir e hicieron silencio. —Ha llegado el momento, mis queridos amigos —se escuchó la voz del Agasajado—. El momento que tanto tiempo hemos esperado. La Muerte comprendió que también era su hora de actuar. Se acercó hasta el borde de la tarima y fue contemplando los ojos de todos los invitados que se habían amontonado para oír mejor a su interlocutor. — Si hay alguien en este salón que esté arrepentido y quiera dar un paso al costado, este es el momento. Una vez que comencemos ya no habrá vuelta atrás. Ciento veinte latidos respondieron extasiados, pero La Muerte no podía descubrir cuál era el que fallaba. Parecía que todos los corazones palpitaban al mismo ritmo. Ninguna imperfección. Decidió, entonces, introducirse en el tumulto de gente para apreciar mejor y estar, así, preparada para cuando llegara su hora. Esta vez ninguna otra fuerza le arrebataría su botín. Su joya más preciada de esa noche. Su muerte tan deseada. —Sabemos que hay entre nosotros varias fuerzas que luchan entre sí —dijo el Agasajado con voz firme desde su tarima. La Muerte volteó para enfrentarse al hombre que había pronunciado esas descaradas palabras. No podía estar hablando de ella. No la podían haber traicionado de esa manera. No sabían con quien se estaban metiendo. Su furia fue en aumento a medida que percibía que todos los rostros la miraban. Los comensales de la fiesta hicieron un círculo en torno a ella. También rodearon a dos Espectros que se hallaban escondidos entre la gente. Los tres inmortales quedaron encerrados. Por primera vez en siglos se veían las caras en el mundo de los vivos. —Sabemos quiénes son y sabemos por qué están acá —dijo el Agasajado. —¡Sabemos por qué están acá! —repitieron ciento veinte almas. — Pero hoy concluye todo. No vamos a permitir que sigan jugando con el destino de todos nosotros. La Muerte quiso dar un paso hacia adelante, pero dos pares de brazos la sujetaron. Entonces comenzó a reír estrepitosamente. —¡Ilusos! —dijo de pronto — ¡Ciento veinte veces, ilusos! —¡Alto ahí espectro del mal! —le ordenó el Agasajado y sacó una piedra triangular plateada del bolsillo de su traje— Alto ahí engendro abominable. Tu hora ha llegado. ¡Atrás repugnancia! La Muerte volvió a reír más fuerte y los vidrios del salón estallaron. Los Espectros cayeron de rodillas. — ¡Calla bestia! Ya no podrás llevarte más un alma de este mundo. Ya no seremos más mortales. Te hemos descubierto y acabaremos contigo, demonio. — Siempre supe que los humanos eran soñadores, pero no pensé que llegarían a este punto —dijo por fin La Muerte. Dio un paso hacia adelante arrancándose de los brazos que la sostenían. —¡Ilusos todos los mortales! —gritó—, e ilusos todos los inmortales que osan enfrentarme —dijo volviéndose hacia los Espectros que yacían en el piso sin vida—. Ustedes, simples humanos, no tienen el poder para decidir su destino. Son débiles. ¡Yo y sólo yo puedo elegir cuando les llega su momento de morir! Entiendan bien esto, simples mortales.  Todos los presentes en el salón cayeron de rodillas con el terror incrustado en sus rostros. — Pero ahora ya es tarde para ustedes. Ya es tarde para mí. Sus minutos en este mundo se acaban. Tuvieron la oportunidad de darme sólo un alma y no la supieron aprovechar. Ahora me los voy a llevar a todos. —¡No puedes hacer eso! Tenemos las piedras —dijo el Agasajado y extendió la piedra triangular en sus manos apuntando hacia La Muerte. Lo mismo hicieron los comensales. —Los han engañado, simples mortales. Esos innobles los han engañado —dijo señalando hacia las cenizas que quedaban esparcidas por el suelo de lo que antes fueron los Espectros —. Y lo peor de todo es que también me han querido engañar a mí. Pobres infelices, serán testigos de mi ira. Esta noche verán con sus propios ojos de muertos de lo que soy capaz de hacer. No merecen vivir un segundo más, simples humanos. Y así fue como todos se fueron convirtiendo en polvo. Pero no sólo las ciento veinte personas que estaban esa noche en el salón, sino las siete mil almas esparcidas por el mundo. La Muerte volvió a reír y la oscuridad eterna se apoderó de todo. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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La cagada que me costó una coima

¿Alguna vez les pasó que tuvieron que pagar una coima por una cagada, literal? Bueno, a mí sí. Eran las cinco de la mañana y estaba sentado en una combi viajando desde Malasia hasta Tailandia. No sé si fueron los nervios de pisar un nuevo país, la Coca Cola con papás fritas que había comido de desayuno, los jugos frutales exprimidos que había tomado en los puestos callejeros de Penang la noche anterior o la comida picante de los restaurantes indios-malayos, pero la cuestión fue que a los diez minutos de viaje hacia la frontera siento un fuerte revoltijo en mi panza. Algo en mi interior quería salir y lo quería hacer en ese momento. No estaba dispuesto a esperar. Un incómodo sentimiento inundó mi cuerpo. —Me hago encima, le dije a Laura, mi ex novia, con el último esfuerzo que tenía para pronunciar palabras. Ella me miró, fijo, con los ojos muy abiertos. Sin dudarlo un instante le pidió por favor al conductor que frenara urgente. El chófer, con muy poco inglés, le explicó que estábamos cruzando un puente y que no había sitio donde parar. Laura le imploró, le rogó, le suplicó explicándole que era inminente frenar porque su novio, o sea yo, se cagaba encima arriba la camioneta ante la atenta mirada de las más de veinte personas que viajaban junto a nosotros. El conductor notó la desesperación en la voz de Laura y, ni bien tuvo la oportunidad, frenó en una estación de servicio sobre la autopista. Yo bajé corriendo, empujando a todos en mi marcha. Apretando los glúteos. Frunciendo y desplazándome como una Geisha en apuros. Cuando llegué al bendito baño, evacué todo eso que me estaba molestando. Fue un gran alivio. Una sensación única e irrepetible. Después de cuarenta y cinco minutos, y un certero manguerazo, ya que no había, como era de esperar, papel, solo una manguera colgando al lado del inodoro, volví con una sonrisa de oreja a oreja. Continuamos hacia la frontera. Las personas que viajaban con nosotros me miraban con una mezcla de compasión y temor. Retomamos la autopista y un patrullero nos hizo seña de parar. El conductor frenó y se bajó porque los policías le ordenaron que haga eso. Se puso a hablar con el oficial a cargo. Hacía ademanes ampulosos con los brazos, nos señalaba, se agarraba la cabeza. De pronto volvió con cara de enojado. Abrió la puerta y sin ningún pudor me gritó directo a la cara: — “¡ Estaba prohibido frenar en la estación de servicio y ahora la policía me está pidiendo una coima! ¡Tu cagada me va a costar muy caro!” --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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La niña de rojo

Todos conocen la historia. Nadie es ajeno. Crecimos con ella. Nos educaron con este relato. Buscábamos moralejas y enseñanzas para la vida detrás de cada oración. Fuimos plenos conscientes de los infortunios de la Caperucita Roja y de las argucias del malvado Lobo. Ay, pobre niña, pensábamos. Nos enseñaban a pensar así. Elegían las ideas que debíamos tener. Nos manejaban. Nos moldeaban a sus gustos. Querían que fuéramos como ellos. Que siguiéramos sus pasos. Nos leían las historias que ellos querían que escucháramos. Éramos lectores autómatas. Pasivos. Infelices. No discerníamos. No razonábamos. No discutíamos. No dudábamos. Éramos jóvenes e inmaduros. Fuimos creciendo en la mentira. No teníamos armas. Confiábamos en sus criterios. En sus palabras. Nos contaban cómo fue engañada esta pobre inocente niñita descaradamente por este vil animal y tomábamos partido. Ellos decían de qué lado teníamos que estar porque eran ellos los que manejaban los hechos. Bueno. Es hora de despertar, mis amigos. De sacarnos la venda de los ojos. De conocer la verdad. De quitarles las caretas a este tipo de cuentos y de terminar para siempre con este engaño. Ha llegado el día en que todos conozcan la verdadera historia. Sí. Porque hay otra. Esa que nos fue escondida. Esa que nos fue negada. Que nos fue robada. Aquí y ahora me propongo a contarles lo que realmente ocurrió entre la Caperucita Roja y el Lobo. En Dios me confío. Y que la fuerza esté conmigo.   Érase una vez un viejo Lobo que vivía en un bosque a las afueras de un pueblo escondido entre montañas. Una tarde, cansado de tanto dormir, salió de su cueva en busca de alimentos. Estaba muy hambriento. Hacía semanas que no probaba bocado. Ya no tenía la habilidad de cazar como en su juventud y los pocos restos que encontraba no eran suficientes. Anduvo un rato largo recorriendo sin tener suerte. Nada. Ningún animal. Ninguna carroña. Sólo plantas. Estuvo tentado de comer algunas hierbas, pero no era su naturaleza. Sin esperanzas retomó el camino hacia su cueva cuando escuchó un ruido muy familiar. Eran pasos de humanos. Lo que menos se imaginaba en esa época del año. No era común que las personas anduvieran por el bosque en pleno invierno. Salió al camino mostrando sus desafilados dientes y lo que se encontró fue a una pequeña niña. De una de sus manos colgaba una canasta. Al ver al Lobo, la niña se frenó de golpe. Por unos segundos dejó de respirar. Ella tampoco se esperaba encontrar un animal salvaje en el bosque en esa época. El Lobo empezó a olfatear e intentó un débil gruñido. La niña, que estaba vestida íntegramente de rojo, notó la desesperación del Lobo. Enseguida supo que el animal no estaba interesado en ella, sino en los pastelitos recién horneados que llevaba en su canasta. Sin dudarlo, comenzó a llorisquear y manifestó estar perdida. ¡Mentiras! ¡Vulgares mentiras! Conocía el camino muy bien ya que lo recorría de dos a tres veces por semana. Se escapaba de su madre para estar sola en la casa que tiene su abuela en el bosque. A su madre le mentía diciendo que iba a hacerle compañía a la pobre anciana y llevarle algo de comida. Pero a decir verdad y, conociendo más de la vida de esta chica, no le importaba un carajo su abuela. Sólo la usaba para poder pasar los días consumiendo los brownies con marihuana que se cocinaba. De vez en cuando, y sólo por maldad, aunque ella se engañaba a sí creyendo que era por diversión, convidaba estas tortas a su abuela que, digamos bien, ya manifestaba sus buenos y viejos noventa y tres años. Verla a la vieja drogada era uno de los mayores placeres de esta Caperucita Roja. Lo cierto es que, al ver al Lobo flaco y muerto de hambre, también lo engañó. Lo llevó, usando la canasta como cebo, hasta la casa de su abuela. Lo encerró en un galpón y lo alimentó durante varias semanas. Al final, y como era de esperar, el pobre Lobo se volvió dócil y fiel a la niña. Cuando la Caperucita se dio cuenta de que ya estaba domesticado, comenzó a martirizarlo. Primero lo vistió con ropas de su abuela. Luego lo acostó en la cama de la vieja mientras ésta dormía la siesta en un sillón del living. Y por último, se puso a charlar con el Lobo como si de un humano se tratara. El inocente animal sólo movía la cola y bajabas las orejas. Pobre iluso. Creía que la niña estaba jugando con él. Pero no. La dulce e inocente niña de rojo que nos hicieron creer los cuentos infantiles tenía todavía un plan siniestro. Digamos cómo es la cosa: se lo quería comer. Sí. Se le pasó por la cabeza que nunca había probado carne de lobo y, cuando lo vio en el bosque, empezó a maquinar una estrategia para engullirlo. Como estaba tan flaco, lo alimentó. Bueno, si vamos a ser sinceros, lo que hizo fue engordarlo. Y cuando por fin el Lobo subió considerablemente de peso, la Caperucita concluyó que había llegado el momento indicado para comerlo. A base de caricias y de un sedante logró hacer dormir al Lobo en la cama de su abuela. Luego salió corriendo hasta la caseta del Guardabosques y, otra vez con falsas lágrimas en los ojos y miedo fingido en su rostro, le imploró que la ayudara. —¡Por favor! ¡Ayúdeme, señor! Un lobo se metió en la casa de mi abuelita y se la va a comer. El Guardabosque tomó un hacha y salió corriendo. Cuando llegó a la casa de la abuelita de la Caperucita entró furioso y se dirigió a la habitación donde le había indicado la niña que estaba el Lobo. Lo que pasó después ya todos lo sabemos. El Guardabosque asesinó al pobre Lobo y colorín colorado, esta triste historia se ha acabado. Demás está decir, por agregar, que esa noche la Caperucita y el Guardabosques hicieron un asado con el Lobo. De postre se comieron unos brownies con marihuana y al final de la velada, terminaron muy juntos a la luz de la luna que, como una burla del destino, esa noche estaba llena. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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No tomo más en la puta vida

¡Ay! La puta madre. No tomo nunca más en mi vida. No doy más. Ya estoy grande para estas cosas. Cuando era adolescente, vaya y pase, pero ahora. Soy un padre de familia y mis nenas, mis dos soles, no se pueden levantar y ver a su{" "} “Papito hermoso” con una resaca extra large. ¿Qué impresión se van a llevar de mí? No se lo merecen tampoco. ¿Éste es el ejemplo que les estoy dando? ¡Ay, la concha de la lora! Tengo a los Pitufos saltando dentro de mi cabeza y de mi panza. Ups. Se me viene el vómito. ¡Guarda! Cuidado… No. Pará. Pasó. Por suerte falsa fue alarma. Y cuando me vea la insoportable de mi mujer, la que se me arma. Va a empezar a los gritos que se va a enterar todo el barrio. ¡Qué loca histérica se pone a veces! A propósito. ¿Dónde está? ¿Qué hora es? ¿Ya es de día? ¡Uy! ¡La cajeta de mi abuela! Voy a llegar tarde a la oficina. Justo hoy que tengo que presentar el Informe Trimestral de Finanzas a la Junta Directiva. Pero, pará un cacho. ¿Hoy no es también la despedida de soltero del Rata? ¡No! ¡Sí! ¡No te la puedo creer! ¿Cómo me vengo a olvidar? Y yo que todavía no reservé las putas y el salón. ¡Pero la reputísima madre que me re mil parió! A mí sólo se me ocurre tomar como un descontrolado la noche anterior a todo esto. ¡Pero qué hijo de puta que soy! ¡Qué pedazo de forro! No sé cómo mierda voy a hacer con todo en este estado deplorable. Ahora sí. Vomito. Vomito. ¡Aghhhhhhh! ¡Hgaaaaaa! Uf. No doy más. Estoy hecho mierda. Pero en serio. No tomo nunca más en mi puta mi vida. Lo juro por mis hijas. Palabra. Así no puedo levantarme nunca más. Ya no estoy para estos trotes. Estoy por cumplir los cuarenta. Dos nenas, una de cuatro y la otra, dos años. Una mujer histérica, pero hermosa. Tengo que reconocer que todavía está entrable la guacha. Se mantiene intacta a pesar de los dos embarazos. Y sexualmente está hecha una fiera. Como que encontró su clímax. Mejor para mí. Obviamente. Bueno. Frenemos acá que se me está parando. Sí. Decía que tengo un buen trabajo, un buen sueldo. No. Esto se termina ya mismo. Mi última resaca de toda mi puta vida. Ahora un Alikal y a enfrentar el día como macho. ¡Ah, te gusta ponerte en pedo!, ¿eh? Te gusta la papita con azúcar. Entonces aguantate la resaca, cagón. —¡Shh! Bajá la voz que vas a despertar a las nenas. No seas pelotudo. —Uy. Si. Perdón mi amor. ¿Qué hora es? —Son las cinco y media de la mañana. ¿Qué, todavía estás en pedo? —Sí. Un poquito. Pero estoy más descompuesto que borracho. —¿Cómo estuvo la despedida de soltero del Rata? —¡¿Qué?! —Y al final tampoco me contaste nada como te fue con el Informe de Finanzas. —… --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Récord

La tarde se escondía tras los morros para darle paso a la noche. Yo intentaba dominar mi preocupación con respiraciones largas y profundas. El tiempo se me terminaba. Mi récord corría peligro. La sangre continuaba derramándose como nunca. Yo seguía sin poder retirar el cuchillo del abdomen de mi cuarta víctima del día. --- Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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Las sábanas

Haberme errado ese penal, en el último minuto de la final de la Copa, me trajo muchos problemas con la barra brava del club. Es que los muchachos no se lo tomaron a bien y se pusieron violentos.Igual lo que rescato de todo esto fue lo que vino después. Los médicos me avisaron que si consiguen una prótesis ortopédica hay posibilidades de que vuelva a caminar. No dijeron nada de volver a jugar al fútbol porque está claro que sería imposible. Lo que sí me recomendaron es que me ponga a escribir. Al psicólogo lo rechacé de una y me dijeron que tenía que canalizar mis sentimientos de alguna manera.Creo que sería buena idea ponerme a garabatear letras, porque desde ese fatídico momento sueños todas las noches que asesino a mi esposa y a su amante en la cama. Y todas las mañanas me despierto con las manos llenas de sangre. Algún día me compraré un cuaderno y cambiaré las sábanas. --- (1) Cuento finalista del 10° Concurso de Microrelato de Terror y Gore (2016) que organiza el Festival de Cine de Terror de Molins de Rei, Barcelona, España Este cuento pertenece al libro El momento RANDOM, publicado en el año 2021.

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